“Yo Soy el Pan que da la vida eterna” (cfr. Jn 6, 44-51). Jesús se da a sí mismo el nombre de “pan”, un alimento cotidiano, familiar a todas las culturas y razas del mundo, de modo que todos pudieran tener un punto de referencia para poder meditar en sus palabras.
¿En qué consiste la vida eterna? Dice Jesús: “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo” (Jn 17, 1-3). Este conocimiento que aquí se dice constituir la vida eterna, es, en la enseñanza de San Juan, un conocimiento vital, íntimo y amoroso, no abstracto; es un conocimiento que es vida, porque por el conocimiento de Dios, hecho posible por la gracia, Dios mismo se auto-comunica al alma que lo conoce, y así el alma recibe un principio de vida nueva, distinta, celestial, brotada del seno mismo de Dios Uno y Trino.
La vida eterna no es la vida inmortal, la que posee el alma del hombre por su propia naturaleza espiritual; por naturaleza, el alma humana es inmortal, porque es espiritual, y porque es espiritual, no tiene partes que entren en descomposición, como sí lo hace la materia, y por eso perdura de manera indefinida, sin perecer.
Pero esto no es la vida eterna; la vida eterna es una vida absolutamente plena, que se encuentra en Acto Presente perpetuo porque emana del Ser divino, que es Acto Puro, es decir, que posee todas sus perfecciones sin límites: sabiduría, verdad, bondad, belleza, unidad, alegría.
El Ser divino, al ser Acto Puro perfectísimo, no tiene necesidad del tiempo, para desplegar las perfecciones que brotan de él, puesto que sus perfecciones están todas en acto, en un mismo instante perpetuo. Al revés sucede con el ser participado, que sí necesita del tiempo para desplegar estas perfecciones, que necesariamente son limitadas. Así, necesita tiempo para adquirir sabiduría, que es limitada, o para adquirir bondad, o para llegar a la verdad.
Poseer la vida eterna significa poseer todas estas perfecciones como las posee el mismo Dios Uno y Trino, es decir, perfectísimas y para siempre: sabiduría, verdad, belleza, bondad.
Todo esto, más la comunión con las Tres Divinas Personas, es donado por Cristo en
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