“Lo reconocieron al partir el pan” (cfr. Lc 24, 13-35). Jesús sale al encuentro de los discípulos de Emaús, quienes lo confunden con un forastero, y camina con ellos hasta llegar al destino. La actitud de los discípulos de Emaús, en relación a la resurrección de Jesús, y en relación al mismo Jesús resucitado, es la misma que demuestran otros discípulos, como María Magdalena. Mientras María Magdalena acude al sepulcro en busca de un cadáver, “llorando”, los discípulos de Emaús se encuentran “tristes” y apesadumbrados, ya que no han confiado en la promesa de Jesús y no han creído en
Sin embargo, mientras el desconocimiento de María no le vale un reproche de parte de Jesús, sí lo reciben los discípulos de Emaús, ya que Jesús les dice: “Hombres duros de entendimiento”. Les recrimina el no creer lo que había sido anunciado por los profetas, pero también a sus palabras, porque Él había anticipado que iba a resucitar “al tercer día”, y tampoco creen a las santas mujeres, que ya habían dado la noticia de que el sepulcro estaba vacío.
Al no creer en
Si Cristo resucitado no está presente en el alma, como una luz que brilla en la oscuridad, entonces el alma queda en tinieblas, y la consecuencia es la tristeza que la invade. Frente a las tribulaciones de la vida, el alma que no cree en la resurrección de Jesús, experimenta un profundo vacío existencial, y toda la existencia se convierte en un enorme rompecabezas, con piezas sueltas, inconexas entre sí. Sin la resurrección de Jesús, no se encuentra sentido a la vida, y es por eso que la esperanza en una vida ultraterrena, se traslada a esta, y se vuelca el alma a las cosas del mundo: el placer, el dinero, el éxito, el poder, sin importar los medios que se empleen, ya que lo que importa es alcanzar el fin, ser felices en esta vida, que se acaba pronto, puesto que no hay otra vida.
Es esta la perspectiva de los discípulos de Emaús, y también la de María Magdalena, la de no creer en
Muy distinta es la reacción después del encuentro con Jesús: María Magdalena reconoce a Jesús, llamándolo “Rabboní”, es decir, “Maestro”, y se alegra, y también a los discípulos de Emaús les sucede lo mismo: reconocen a Jesús, y se alegran.
¿Por qué no reconocen a Jesús? En el caso de los discípulos, el evangelio dice: “Algo impedía que lo reconocieran (a Jesús)”, y aunque no se dice en el caso de María Magdalena, en uno y otro, el motivo por el cual no reconocen a Jesús, es el mismo: el misterio de Jesús, Hombre-Dios, es tan alto, tan sublime y tan misterioso, que queda oculto a los ojos de los hombres. Una de las preces a
Es necesario que sea Cristo mismo quien ilumine al alma, con la luz de la gracia, para que el alma pueda reconocerlo en su condición de Hombre-Dios resucitado, y no confundirlo con un forastero, o un jardinero.
Esto será lo que hará Cristo con los discípulos de Emaús, en el momento de la fracción del pan; es lo que hace con María Magdalena, cuando se encuentra frente a ella, y es lo que hará para con toda
Muchas veces nos comportamos como María Magdalena, o como los discípulos de Emaús: buscamos en
Supliquemos entonces a Cristo que nos envíe el Espíritu Santo, para que con su fuego santo haga brillar en nuestras almas y en nuestros corazones el conocimiento y el amor de Cristo resucitado.
Cada comunión eucarística es como un Pentecostés en miniatura, un Pentecostés personal, en donde Cristo Eucaristía sopla, sobre el alma que lo recibe con fe y amor, el Espíritu Santo, que nos comunica el amor y el conocimiento de Jesús.
Si comulgamos, entonces, no podemos andar tristes y desorientados en la vida, como si Jesús no hubiera resucitado. La alegría de Cristo resucitado debe ser nuestra fuerza, nuestra guía, nuestra luz que nos conduzca a la feliz eternidad.
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