domingo, 2 de noviembre de 2014

“El que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”


“El que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 25-33). Los proselitistas humanos hallarían muy sorprendente esta política de Jesús: cuando inmensas multitudes lo siguen, Él, en lugar de atraerlas con fáciles promesas, como suele hacerse, pone sin embargo en el más fuerte aprieto la sinceridad de su adhesión, obligando a quien quiera seguirlo, a desprenderse de absolutamente todo lo que no sea el amor a Él. Es decir, contrariamente a lo que harían los políticos y los líderes de religiones meramente humanas, que con tal de ganar adeptos fácilmente, los atraen con promesas de dádivas –las cuales, en la gran mayoría de los casos, no pueden cumplir-, Jesús, por el contrario, se muestra sumamente exigente para con aquellos que quieran seguirlo: deben despojarse absolutamente de todo lo que poseen; de lo contrario, no son dignos de ser discípulos de Él: “El que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”.
De esta manera, los que siguen a Jesús confían en la Divina Providencia -según su enseñanza de Lc 12, 22: “No andéis solícitos por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis”-, pero además, tienen que estar libres de toda preocupación mundana, que es lo que está significado en la frase: “los muertos que entierren a sus muertos” (cfr. Lc 9, 57): son los que, absortos en las preocupaciones mundanas, no tienen inteligencia del Reino de Dios; los que así obran no tienen el espíritu de infancia y prefieren su propio criterio al de Jesús[1]. Es decir, el discípulo que sigue a Jesús, debe tener su corazón desapegado de los bienes materiales y su razón libre de su juicio propio y adherida a Jesucristo, la Verdad Absoluta de Dios.
“El que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”. Entonces, lo que Jesús quiere decir es que si las riquezas, el amor familiar, e incluso el juicio propio y el amor a la vida impiden su seguimiento, ese tal no puede ser su discípulo, por lo que hay que estar desprendidos y desapegados de ellos. Por otra parte, lo que hay que notar es que, para el seguimiento de Jesús, las cosas son al revés que cuando se trata de los negocios del mundo: cuando se trata de lograr el éxito en negocios mundanos, son elementos esenciales el dinero y los bienes materiales[2]; pero cuando se trata del seguimiento de Jesús, el dinero y los bienes materiales, y toda clase de asuntos mundanos, son más bien una carga y un lastre pesados, que hacen difícil y hasta imposible su seguimiento.
La razón es que, para seguir a Jesús por el camino de la cruz, se necesita estar desapegado de todos esos amores y tener solo el amor a Jesús y a la cruz, cualquier otro amor, hace imposible llevar la cruz por el camino del Calvario, porque el corazón humano solo tiene espacio para un solo amor: o el amor a sí mismo, a su juicio propio y a los bienes materiales, o el amor a Jesús y a su cruz. Uno de los amores, pero no los dos, y esa es la razón por la cual, quien no renuncia a todo lo que posee, no puede ser discípulo de Jesús.



[1] Straubinger.
[2] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1953, 620.

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