La adoración del Cordero Místico
“No
se puede servir a Dios y al dinero (…) no se puede servir a dos señores, porque
se aborrecerá a uno y amará al otro” (Lc
16, 1-15). Jesús advierte que no se puede servir a Dios y al dinero, porque
ambos ocupan de modo exclusivo al corazón humano y lo hacen de tal manera, que
el uno excluye al otro. Los ejemplos sobran en la historia sagrada, y para
ello, valen como muestra dos episodios, uno, sucedido en el Antiguo Testamento,
y otro en el Nuevo: en el Antiguo Testamento, los israelitas deciden construir
un becerro de oro y adorarlo, como expresión de la adoración que en su interior
tributaban ya al oro, puesto que desde hacía tiempo habían renegado y
apostatado del Dios verdadero; en el Nuevo Testamento, Judas Iscariote,
renegando y apostatando del Dios verdadero, Jesucristo, decide entregarlo a sus
enemigos, para recibir en cambio treinta monedas de plata. Claramente, Judas
Iscariote elige el amor del dinero antes que el Amor del Sagrado Corazón de
Jesús.
Lo
que se sigue de uno y otro es algo bien distinto: detrás del dinero, está el
demonio, por lo que, quien adora al dinero, experimenta, una vez pasada la
falsa y pasajera alegría que proporciona el dinero, la desesperación de la
ausencia de Dios y el terror de la presencia del Príncipe de las tinieblas, y
esta desesperación y este terror, se acrecientan de modo exponencial, a medida
que el alma se da cuenta que el dinero, al cual había idolatrado y por el cual
había cometido tantos crímenes y tropelías, en realidad es igual a la nada
misma.
La adoración del becerro de oro
Por
el contrario, quien eligió amar y servir a Dios en vez del dinero, experimenta
la dura prueba y la angustiosa tribulación de la pobreza de cruz y de la marginación
del mundo, que excluye a quienes no tienen dinero, pero pasada esta prueba,
comienza a experimentar el consuelo del Amor Divino, el cual, comenzando en
esta vida, continúa luego en la otra, para no finalizar jamás. Quien no se
postra ante el becerro de oro, pero sí se postra ante el Cordero de Dios, Jesús
en la Eucaristía, Presente en el altar eucarístico, aun cuando experimente
tribulaciones y persecuciones en esta vida, gozará luego de una felicidad y de
una alegría sin fin en el Reino de los cielos, porque a diferencia del dinero,
que es un amo ingrato, mentiroso, tirano y cruel, que promete falsedades y
cosas que no puede cumplir, Dios es un Señor que cumple con lo que promete, y
promete, a quien lo sirve en esta vida, la felicidad eterna en la otra vida,
que es la contemplación cara a cara de su Hijo Jesús.
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