(Domingo
XXX - TO - Ciclo B – 2015)
“Maestro,
que yo pueda ver” (Mc 10, 46-52). Un ciego,
Bartimeo, al enterarse de la presencia de Jesús, comienza a llamarlo a los
gritos; Jesús lo hace llevar ante su presencia y le dice: “¿Qué quieres que
haga por ti?”; el ciego le pide a Jesús poder ver: “Maestro, que yo pueda ver”;
Jesús le concede el don de la vista, diciéndole: “Vete, tu fe te ha salvado”;
el ciego comienza a ver y sigue a Jesús.
En
este episodio del Evangelio, tenemos mucho que aprender de Bartimeo el ciego. Ante
todo, lo que caracteriza a Bartimeo es su gran fe en Jesús, porque cree en
Jesús en cuanto Hombre-Dios, cree que Jesús es Dios Hijo encarnado y que por lo
tanto, tiene el poder suficiente para curarlo. Bartimeo ha escuchado hablar de
los inmensos prodigios que ha hecho Jesús –resucitar muertos, dar la vista a
los ciegos, multiplicar panes y peces- y por eso ahora, cuando escucha que está
cerca, comienza a llamarlo a los gritos, porque quiere que Jesús obre milagros
en él. Desde las tinieblas en las que vive, Bartimeo llama a Jesús, pero no lo
hace de cualquier manera: en los títulos que le da a Jesús, se ve la fe de
Bartimeo en la condición divina de Jesús: “Hijo de David” –el “Hijo de David”
es el Mesías Dios-; “Maestro”, porque es la Sabiduría divina encarnada: así, la
fe de Bartimeo en Jesús, es la fe de la Iglesia, porque Jesús es el Hombre-Dios.
Bartimeo
llama con insistencia a Jesús y no solo no se desanima cuando otros “lo
reprenden para que se calle”, sino que grita aún más fuerte y cuando Jesús lo
hace llamar, expresa el deseo más íntimo de su corazón: ver con los ojos del
cuerpo. Bartimeo ya ve con los ojos del alma, porque tiene fe en Jesús como
Hombre-Dios; ahora desea ver con los ojos del cuerpo y Jesús le concederá lo
que pide. Pero Jesús, que quiere satisfacer el deseo más profundo del corazón de
Bartimeo, aunque sabe qué es lo que le va a pedir, antes de concederle el
milagro, le pregunta, con amor, “¿Qué quieres que haga por ti?”, y esto lo hace
Jesús para que Bartimeo se exprese con libertad, con fe y con amor y así nos
enseña cómo tenemos que dirigirnos a Dios Hijo: con libertad, con fe y con amor.
Bartimeo confió no solo en el poder divino de Jesús, sino también en su amor y misericordia,
porque sabía que Jesús tenía el poder para hacerlo y que, por su misericordia,
iba a concederle lo que le pedía.
En
este episodio, real, y más precisamente en Bartimeo, está representada la
relación de toda alma con Jesús. Si no media la luz de la gracia, toda alma es
ciega, como Bartimeo, frente a los misterios sobrenaturales absolutos de Dios,
como lo es la Encarnación del Hijo de Dios en Jesús de Nazareth y su Presencia
real de resucitado en la Eucaristía; si no media la luz de la gracia, toda alma
es ciega delante de Jesucristo, porque no puede ver, con la luz de su propia
razón, a la Persona del Verbo de Dios Encarnada en Jesús de Nazareth y así piensa
que Jesús es solamente un hombre más entre tantos: santo, sí, pero sólo un
hombre más y no el Hombre-Dios y cuando no se tiene fe en Jesús en cuanto
Hombre-Dios, la religión se vuelve naturalista y vacía de misterios.
Con
su ceguera corporal, Bartimeo, representa al alma en sus tinieblas, al alma que
no tiene fe, al alma antes de la llegada de Cristo y es por eso que, al igual
que Bartimeo, también nosotros debemos pedir ver, pero no tanto corporalmente,
sino espiritualmente, con la luz y los ojos de la fe; también nosotros debemos
pedir ver, pero no con la vista corporal, sino con los ojos del alma,
iluminados por la luz de la fe, porque de nada nos sirve ver el mundo con toda
claridad con los ojos del cuerpo, si nuestra alma está a oscuras, y está a
oscuras cuando no tiene fe en Jesús y no cree en Él, ni en su condición de Dios
hecho hombre, ni en su Presencia real Eucarística.
Entonces,
a imitación de Bartimeo, también nosotros pedimos a Jesús, Presente en la
Eucaristía, el poder ver con los ojos de la fe: “Jesús, haz que yo pueda ver;
haz que yo te pueda ver; ábreme los ojos del alma, los ojos de la fe, para que
te pueda contemplar en el misterio de la cruz, para que te pueda contemplar en
la Santa Misa, para que te pueda contemplar en tu Presencia Eucarística. Jesús,
Maestro, Mesías, Verbo de Dios Encarnado, haz que yo pueda verte con los ojos
del alma, en tu cruz, para que me una a Ti en tu Pasión por el Amor de Dios, el
Espíritu Santo; haz que yo pueda verte, oculto en el misterio de la Eucaristía,
para que pueda adorarte en el tiempo que me queda de vida terrena, para luego seguir
amándote, adorándote y contemplándote cara a cara por toda la eternidad; Jesús,
Maestro, que yo te pueda ver”.
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