miércoles, 28 de octubre de 2015

“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”



“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6, 12-19). Luego de pasar toda la noche en oración en la montaña y de nombrar a doce de sus discípulos como Apóstoles, es decir, como Columnas de su Iglesia, Jesús, que ha bajado de la montaña, se “detiene en la llanura” y en cuanto la gente lo ve, acude a Él, en busca de consuelo y auxilio. Dentro de esta “gran muchedumbre” venida de todas partes, se encuentran quienes están afectados por enfermedades de toda clase, pero también quienes están poseídos por espíritus impuros. Pero la situación de quienes acuden a Jesús no es privativa de ellos, y tampoco de ese momento de la historia: desde la Caída Original, la Humanidad vive en las tinieblas del error y de la ignorancia, además de ser acosada por sus enemigos mortales: el demonio, la muerte y el pecado; desde la Caída de los Primeros Padres, la Humanidad, como consecuencia del Pecado Original, vive sujeta a la enfermedad, al dolor, a la muerte y al dominio de Satanás, el Ángel caído, que busca no solo la infelicidad del hombre en la tierra, sino la perdición eterna de su alma, haciéndolo partícipe de su rebelión demoníaca en el cielo, por medio del pecado, principalmente la soberbia, raíz de todos los pecados y de todos los males del hombre.
En este sentido, Jesús es la esperanza, la Única Esperanza del hombre y ésa es la razón por la cual la gente, al ver a Jesús, acude a Él en busca de alivio para sus males, sean corporales o espirituales: Jesús es el Hombre-Dios, Dios Hijo encarnado que camina entre los hombres para apiadarse de sus miserias, para cargar sus pecados sobre sí mismo, para quitar los pecados de todos y cada uno de los hombres al precio de su Sangre derramada en la cruz, para conducirlos a la eterna bienaventuranza en el Reino de los cielos.
“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”. Porque Él es el Hombre-Dios, todos los que acuden a Jesús son sanados: de Él “sale una fuerza” que sana a todos: a los enfermos, de sus enfermedades; a los posesos, de la posesión diabólica. Es la omnipotencia divina, la que se manifiesta a través de la Humanidad Santísima de Jesús, “sanando a todos”. Pero hay algo más: quien acude a Jesús, no lo hace por sí mismo, sino porque es Dios Padre quien lo atrae, según las palabras de Jesús: “Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me envió” (Jn 6, 44) y el Padre atrae a las almas a Jesús con la fuerza del Divino Amor, el Espíritu Santo. Es por eso que, si el Evangelio dice que “salía de Él una fuerza que sanaba a todos”, y esta fuerza es la Omnipotencia Divina, también hay que decir, aunque no esté escrito, que “salía de Él una fuerza que atraía a todos, el Amor Divino”.

No tenemos a Jesús, con su Cuerpo real caminando entre nosotros, como la muchedumbre del Evangelio, pero sí lo tenemos, con su Cuerpo glorioso, Presente en medio de nosotros, en la Eucaristía, desde donde Jesús nos atrae, con la fuerza de su Divino Amor, para sanarnos todas nuestras dolencias, todos nuestros pesares y para librarnos de “los principados de las alturas” (cfr. Ef 6, 12), pero sobre todo, para hacernos escuchar los latidos de su Sagrado Corazón Eucarístico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario