“Es
necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que crea
en Él tenga vida eterna” (Jn 3, 11-16).
Jesús anuncia la proximidad de su Pasión y Muerte en cruz y para hacerlo,
recurre al episodio del desierto en el que Moisés levantó en alto la serpiente
de bronce, para que todos los que la miraran quedaran curados. ¿Qué sucedió en
el desierto, para que Jesús traiga a la memoria este episodio? En el desierto, aparecieron
numerosas serpientes venenosas que atacaron a los integrantes del Pueblo
Elegido, que peregrinaban hacia la Tierra Prometida, Jerusalén. Con sus
mordeduras, las serpientes inoculaban un veneno mortal, por lo que los hebreos
se encontraban indefensos frente a este enemigo; entonces, Dios dio a Moisés la orden de fabricar una serpiente de bronce y le dijo que la elevara en
lo alto: quien así lo hiciera, quedaría inmediatamente curado, y así fue lo que
sucedió, porque quien miraba la serpiente se curaba, debido a que era Dios
quien, con su poder, curaba a los que obedecían las órdenes de Moisés. Todo el
episodio del desierto y las serpientes, es una prefiguración de lo que sucede
en el plano espiritual, con las realidades sobrenaturales, representadas en
cada elemento del episodio: las serpientes son los demonios; el desierto es la
vida y la historia humana; el Pueblo Elegido prefigura al Nuevo Pueblo Elegido,
los bautizados en la Iglesia Católica, que peregrinan por el desierto de la
vida hacia el Reino de los cielos; la Jerusalén terrena, es prefiguración de la
Jerusalén celestial; Moisés es representación de Dios Padre, que eleva a la
serpiente de bronce, representación de Cristo “elevado en lo alto”, en la cruz,
para la salvación de los hombres; la curación milagrosa que experimentaban en
el desierto los integrantes del Pueblo Elegido, representa a la sanación
espiritual que la gracia santificante de Jesucristo concede al alma, al
quitarle el pecado y concederle la participación en la vida eterna; la vida
nueva, sin el peligro del veneno de la serpiente en sus venas, representa la
vida nueva de la gracia; el veneno de las serpientes del desierto, representa
al veneno letal para el espíritu, inoculado por la Serpiente Antigua, esto es,
la soberbia, la lujuria, la pereza, y todos los pecados capitales; la elevación
en lo alto de la serpiente por Moisés, representa la elevación en lo alto del Monte
Calvario de Jesucristo, es decir, su crucifixión, de manera que así como los
que miraban a la serpiente de bronce quedaban curados, así, de la misma manera,
Él, al ser “levantado en alto”, es decir, crucificado, concede la vida eterna a
todo aquel que lo contemple en la cruz. Así como la serpiente de bronce de
Moisés emanaba un poder curativo milagroso, que permitía ser salvados de las
mordeduras mortales de las serpientes venenosas, así también el Hombre-Dios
Jesucristo, desde la cruz, emana una fuerza divina, celestial, sobrenatural,
que sana el alma de quien lo contempla crucificado, quitando del alma el letal
veneno de la soberbia, de la lujuria, del ateísmo, inoculados por la Serpiente
Antigua, Satanás, y concediendo la vida nueva de la gracia, la vida eterna, la
vida misma de Dios Trino.
“Es
necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que crea
en Él tenga vida eterna”. Contemplar a Jesús crucificado, aunque no se digan
palabras, es ya recibir la vida eterna que Él nos concede desde la cruz.
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