jueves, 29 de octubre de 2015

“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna”


“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna” (Jn 3, 11-16). Jesús anuncia la proximidad de su Pasión y Muerte en cruz y para hacerlo, recurre al episodio del desierto en el que Moisés levantó en alto la serpiente de bronce, para que todos los que la miraran quedaran curados. ¿Qué sucedió en el desierto, para que Jesús traiga a la memoria este episodio? En el desierto, aparecieron numerosas serpientes venenosas que atacaron a los integrantes del Pueblo Elegido, que peregrinaban hacia la Tierra Prometida, Jerusalén. Con sus mordeduras, las serpientes inoculaban un veneno mortal, por lo que los hebreos se encontraban indefensos frente a este enemigo; entonces, Dios dio a Moisés la orden de fabricar una serpiente de bronce y le dijo que la elevara en lo alto: quien así lo hiciera, quedaría inmediatamente curado, y así fue lo que sucedió, porque quien miraba la serpiente se curaba, debido a que era Dios quien, con su poder, curaba a los que obedecían las órdenes de Moisés. Todo el episodio del desierto y las serpientes, es una prefiguración de lo que sucede en el plano espiritual, con las realidades sobrenaturales, representadas en cada elemento del episodio: las serpientes son los demonios; el desierto es la vida y la historia humana; el Pueblo Elegido prefigura al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, que peregrinan por el desierto de la vida hacia el Reino de los cielos; la Jerusalén terrena, es prefiguración de la Jerusalén celestial; Moisés es representación de Dios Padre, que eleva a la serpiente de bronce, representación de Cristo “elevado en lo alto”, en la cruz, para la salvación de los hombres; la curación milagrosa que experimentaban en el desierto los integrantes del Pueblo Elegido, representa a la sanación espiritual que la gracia santificante de Jesucristo concede al alma, al quitarle el pecado y concederle la participación en la vida eterna; la vida nueva, sin el peligro del veneno de la serpiente en sus venas, representa la vida nueva de la gracia; el veneno de las serpientes del desierto, representa al veneno letal para el espíritu, inoculado por la Serpiente Antigua, esto es, la soberbia, la lujuria, la pereza, y todos los pecados capitales; la elevación en lo alto de la serpiente por Moisés, representa la elevación en lo alto del Monte Calvario de Jesucristo, es decir, su crucifixión, de manera que así como los que miraban a la serpiente de bronce quedaban curados, así, de la misma manera, Él, al ser “levantado en alto”, es decir, crucificado, concede la vida eterna a todo aquel que lo contemple en la cruz. Así como la serpiente de bronce de Moisés emanaba un poder curativo milagroso, que permitía ser salvados de las mordeduras mortales de las serpientes venenosas, así también el Hombre-Dios Jesucristo, desde la cruz, emana una fuerza divina, celestial, sobrenatural, que sana el alma de quien lo contempla crucificado, quitando del alma el letal veneno de la soberbia, de la lujuria, del ateísmo, inoculados por la Serpiente Antigua, Satanás, y concediendo la vida nueva de la gracia, la vida eterna, la vida misma de Dios Trino.

“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna”. Contemplar a Jesús crucificado, aunque no se digan palabras, es ya recibir la vida eterna que Él nos concede desde la cruz.

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