(Domingo
XXVIII - TO - Ciclo B – 2015)
“Para ganar la vida eterna, ve y vende lo que tienes y dalo
a los pobres (…) el hombre se retiró apenado, porque tenía muchos bienes” (Mc 10, 17-30). Un hombre pregunta a Jesús qué tiene que hacer para ganar la vida eterna; no es un hombre
malo y demuestra, con su conducta, que es bueno y que realmente quiere ganar la
vida eterna y para eso, cumple prácticamente todos los preceptos, sin faltar a
ninguno. Jesús le enumera algunos de los preceptos de la Ley de Dios, incluido el Cuarto Mandamiento, y el hombre le dice que los ha cumplido a todos "desde su juventud". Sin embargo, como le dice Jesús, le falta “sólo una cosa”: “vender lo
que tiene y dárselo a los pobres”. En efecto, el hombre del Evangelio es bueno, cumple con todos los preceptos y verdaderamente quiere ganar la vida
eterna, pero tiene su corazón apegado a los bienes –“tenía muchos bienes”, dice
el Evangelio- y es por eso que, cuando Jesús le dice que “debe venderlos” para
ganar la vida eterna, se “retira triste, porque poseía muchos bienes”.
Es
importante reflexionar en este hombre del Evangelio, porque todos tenemos un
poco de él, todos somos un poco este hombre; todos queremos ganar la vida
eterna, todos intentamos, con nuestros más y nuestros menos, cumplir con los
Mandamientos, todos tratamos de ser buenos, pero también, todos tenemos el
corazón apegado a los bienes, que son los que nos mantienen aferrados a este
mundo terreno. Son estos bienes temporales, los que poseemos en esta vida, los
que constituyen para nosotros un obstáculo para el Reino, porque apegan el
corazón a este mundo terrena, a esta vida y a este tiempo que son caducos y
pasajeros, impidiéndonos levantar los ojos hacia los bienes eternos, los
verdaderos bienes, los bienes celestiales, los bienes del Reino. Lo que nos
impide despegarnos de esta vida, son los bienes, como al hombre del Evangelio:
“Para ganar la vida eterna, ve y vende lo que tienes y dalo a los pobres (…) el
hombre se retiró apenado, porque tenía muchos bienes”.
¿Qué
son estos “bienes” que tanto daño nos hacen, porque nos impiden conseguir la
vida eterna? Son de dos tipos: materiales y espirituales. Los materiales, que no
necesariamente están constituidos por una fortuna, gran porque si tenemos un corazón
avaro, podemos estar apegados incluso a una escasa cantidad de dinero; es este apego desordenado a los bienes materiales el que nos aparta del Reino de Dios; los
bienes espirituales, a su vez, están constituidos por nuestra propia
excelencia: nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nuestro querer, nuestro
desear; todas estas potencias del alma son bienes, pero al apegarnos a ellas,
caemos en la soberbia y en la concupiscencia, y así nos apartamos de la
Voluntad de Dios y por lo tanto del cielo. Estas dos clases de bienes,
materiales y espirituales, son los que nos apartan del Reino y son los que
debemos “vender”, como dice Jesús al hombre del Evangelio, porque cuantos más
bienes de éstos poseamos, es decir, cuantos más ricos de éstos bienes seamos,
entonces más impedimentos tendremos para entrar en el Reino de Dios.
Entonces,
¿qué hacer? ¿Cómo desprendernos de estos bienes terrenos, materiales, pero
también de los bienes inmateriales –nuestro propio querer, pensar, obrar- que
son los que nos impiden el ingreso en el Reino? Tengamos en cuenta que somos "ricos" de bienes materiales, aún si tenemos sólo 2 pesos en el bolsillo, y somos "ricos" de bienes inmateriales, aún si tenemos un sólo pensamiento, por simple que sea, que nos pertenezca y al que estemos aferrados. Son bienes que nos impiden ir al cielo y que, por lo tanto, debemos "venderlos", como le dice Jesús al hombre del Evangelio. Entonces, de nuevo la pregunta: ¿cómo hacer para desprendernos de estos bienes, a los que estamos aferrados, y que nos hacen ricos y tan ricos, que nos impiden llegar al cielo?
Hay
una sola y única manera: contemplando a Jesús crucificado y pobre en la cruz, porque con la
pobreza de la cruz, Jesús nos enseña a despojarnos de estos bienes materiales e inmateriales que adquirimos y que no nos dejan ir al cielo.
En la cruz, Jesús se dejó clavar sus manos con dos gruesos clavos de hierro, para que nuestras manos se despojaran de los tesoros de la tierra; Jesús dejó que la Sangre manara de las heridas de sus manos, para que nuestras manos se vieran libres de la codicia, de la avaricia y del afán de poseer desmedidamente las cosas materiales; Jesús se dejó clavar sus manos en la cruz, para que eleváramos nuestras manos en acción de gracias y en adoración a Dios Trino y las tendiéramos en auxilio de nuestros hermanos más necesitados y no para que las atáramos al oro, al dinero, a la plata, a los bienes caducos; en la cruz, Jesús dejó atravesar sus pies con un grueso clavo de hierro, para que nos viéramos libres del mal, para que dirigiéramos nuestros pasos en dirección opuesta al pecado, que es la dirección a la que nos llevan nuestras pasiones, nuestro propio querer y nuestro propio desear; Jesús dejó que sus pies fueran atravesados por un grueso clavo de hierro para que nos encamináramos hacia donde se encuentran nuestros hermanos más necesitados y para que nos encamináramos en dirección al Nuevo Calvario, para participar de la renovación incruenta y sacramental de su Sacrificio en la Cruz, la Santa Misa, que es el cielo en la tierra; Jesús se dejó coronar de espinas, para que nos quitáramos de encima los pensamientos de soberbia, de envidia, de impureza, de venganza, de rencor, y para que tuviéramos sólo pensamientos santos y puros, los mismos que Él tiene en la cruz; Jesús se dejó traspasar su Corazón, para que no sólo no tuviéramos malos deseos, sino para que tuviéramos sólo deseos santos y puros, los mismos que Él tiene en la cruz.
En la cruz, Jesús se dejó clavar sus manos con dos gruesos clavos de hierro, para que nuestras manos se despojaran de los tesoros de la tierra; Jesús dejó que la Sangre manara de las heridas de sus manos, para que nuestras manos se vieran libres de la codicia, de la avaricia y del afán de poseer desmedidamente las cosas materiales; Jesús se dejó clavar sus manos en la cruz, para que eleváramos nuestras manos en acción de gracias y en adoración a Dios Trino y las tendiéramos en auxilio de nuestros hermanos más necesitados y no para que las atáramos al oro, al dinero, a la plata, a los bienes caducos; en la cruz, Jesús dejó atravesar sus pies con un grueso clavo de hierro, para que nos viéramos libres del mal, para que dirigiéramos nuestros pasos en dirección opuesta al pecado, que es la dirección a la que nos llevan nuestras pasiones, nuestro propio querer y nuestro propio desear; Jesús dejó que sus pies fueran atravesados por un grueso clavo de hierro para que nos encamináramos hacia donde se encuentran nuestros hermanos más necesitados y para que nos encamináramos en dirección al Nuevo Calvario, para participar de la renovación incruenta y sacramental de su Sacrificio en la Cruz, la Santa Misa, que es el cielo en la tierra; Jesús se dejó coronar de espinas, para que nos quitáramos de encima los pensamientos de soberbia, de envidia, de impureza, de venganza, de rencor, y para que tuviéramos sólo pensamientos santos y puros, los mismos que Él tiene en la cruz; Jesús se dejó traspasar su Corazón, para que no sólo no tuviéramos malos deseos, sino para que tuviéramos sólo deseos santos y puros, los mismos que Él tiene en la cruz.
“Para
ganar la vida eterna, ve y vende lo que tienes y dalo a los pobres”. Si queremos ganar la vida
eterna, dejemos todos nuestros bienes al pie de
la cruz, démoselos a Jesús, que en la cruz es el más pobre entre los pobres y Él nos dará a cambio un tesoro, la vida eterna en el Reino de la luz.
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