(Domingo
XXXII - TO - Ciclo B – 2015)
“Esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros”
(Mc 12, 41-44). Mientras Jesús está
en la Sala del Tesoro del templo, se acercan varias personas para depositar
ofrendas, entre ellas, muchos ricos y una pobre viuda, para dar su
limosna. Los ricos “daban en abundancia”, dice el Evangelio, mientras que la
pobre viuda, observada por Jesús, da sólo dos monedas de cobre, lo cual
constituye una cantidad prácticamente insignificante en términos
monetarios. A los ojos de los hombres, los ricos son los que han dado más,
mientras que la viuda ha dado menos. Sin embargo, a los ojos de Dios, que
escruta hasta la más profunda raíz del ser del hombre, la relación se invierte:
no son los ricos los que han dado más, sino que la que ha dado “más que
cualquiera” de todos, es la viuda, y Jesús da la razón: mientras los ricos dan
mucho, pero dan de lo que les sobra, la viuda, por el contrario, ha dado poco
cuantitativamente, pero sin embargo, en términos relativos, es muchísimo más
que cualquier otra suma dada por los ricos, porque ella ha dado “todo lo que
poseía”, ha dado “de lo que tenía para vivir”, mientras los otros dan de lo que
sobra.
La viuda pobre, alabada por Jesucristo, es ejemplo para
todos nosotros, pero no porque simplemente sea “generosa”, es decir, no es
ejemplar porque posea la virtud de la generosidad; su ejemplaridad es en otro
sentido, mucho más alto: es ejemplo ante todo de amor a Dios, porque lo que da es con sacrificio y el sacrificio es la
medida del amor; en otras palabras, la viuda pobre es ejemplo porque da “todo”
a Dios, sin reservarse nada para ella, y porque lo da todo, lo da con
sacrificio y el sacrificio, a su vez, es indicativo del grado de amor a Dios,
porque dar –y todavía más, monetariamente- es un sacrificio, pero el sacrificio
no se hace por quien no se ama, sino por quien se ama, y cuanto más ama, más se
sacrifica y más da. Cuanto más cuesta el don, más sacrificio implica y más amor
demuestra. Es esto –dar mucho con mucho sacrificio porque ama mucho- precisamente
lo que hace la viuda: al dar “todo” lo que tiene para vivir da, simbólicamente,
su propia vida, porque su vida corpórea y terrena no puede subsistir sin eso
que dio, que eran dos monedas de cobre, que era lo que tenía para comprar
alimentos. Al dar dos monedas de cobre, la viuda está dando, simbólicamente, su
propia vida, porque en ese escaso dinero estaba contenido su alimento, lo que
le permitía subsistir. En el acto dar dos monedas de cobre la viuda da, simbólicamente, su vida a Dios por amor.
Es por esto que, en
el caso de la viuda, el hecho de que dé “todo” lo que tenía para vivir, es
mucho más valioso y demostrativo de su amor a Dios -habiendo dado solo dos
monedas de cobre- que los ricos, que daban mucho dinero, pero que en realidad
era relativamente poco, porque daban de lo que les sobraba: al revés que la
viuda, los ricos demuestran poco amor a Dios a pesar de hacer una gran
donación, porque lo que dan no es fruto de un sacrificio, sino de lo sobrante,
de lo que no les hace falta. Para imitar a la viuda pobre, los ricos que
depositaban en el Tesoro del Templo deberían haber donado absolutamente todo lo
que tenían, todas sus fortunas, quedándose literalmente sin un céntimo en los
bolsillos, sin ninguna propiedad y sin ningún bien material de cualquier tipo. Sin
embargo, sólo dan de lo superfluo, de lo que no necesitan, porque lo que tienen
supera con mucho a lo que dieron, lo cual quiere decir que dan mucho, pero en
el fondo, se quedan con mucho más de lo que dieron y es aquí en donde resalta
la ejemplaridad de la generosidad y del amor a Dios de la viuda. Entonces, a
los ojos de Dios, la relación se invierte: los ricos se comportan como
miserables para con Dios, mientras que la viuda, indigente y por lo tanto en la
miseria económica, se muestra pródiga para con Dios.
Pero
hay otro elemento en el que se debe meditar, para aprovechar máximamente, desde
el punto de vista espiritual, el ejemplo de la viuda, y es el hecho de que la
viuda obra como obra porque en realidad participa anticipadamente del sacrificio de Jesús. Es decir,
el amor a Dios demostrado por la viuda en la donación de lo que tenía para
vivir –las dos monedas de cobre- le viene por ser ella partícipe del amor y del
sacrificio de Jesús en la cruz: en realidad, es Jesús Quien lo da “todo” por
nuestra salvación, porque entrega su Vida, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su
Divinidad en la cruz y así se convierte en modelo, arquetipo y fuente de la gracia y del amor de quienes lo den todo por Dios; es Jesús quien da no “lo que tiene para vivir”, sino su
Vida misma, que es la vida del Hombre-Dios y por lo tanto, su sacrificio tiene
un valor infinito; Jesús en la cruz nos da no de lo que tiene para vivir sino,
mucho más que eso, nos da su Vida misma, que es la vida divina que brota del
Acto de Ser trinitario como de su Fuente inagotable. Entonces, si la viuda
pobre da “todo” lo que tiene para vivir, y con esto demuestra un gran
sacrificio, producto de la medida de su amor, este don que hace de sí, es
imitación y participación del Don que nos hace Jesús en la cruz, el don de su
Vida eterna. Aquí radica la mayor grandiosidad de la viuda, puesto que ella,
como dijimos, no es ejemplo porque posea la virtud de la generosidad, sino
porque participa anticipadamente del sacrificio de la cruz de Jesús, y en esta participación de la cruz, imita a los
santos.
“Esta
pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros”. Si Jesús alaba a la
viuda, entonces la viuda pasa a ser, de modo inmediato, ejemplo a imitar. Por lo
tanto, a imitación de la pobre viuda, que movida por el amor a Dios depositó
ante el altar de todo lo que tenía para vivir, significado en esas dos monedas,
también nosotros, guiados por el Espíritu Santo y llenos de su Amor, depositemos
al pie del altar eucarístico, como ofrenda de amor a Dios, todo lo que tenemos
para vivir, las dos monedas de cobre que son nuestro cuerpo y nuestra alma, y
unámoslos al sacrificio en cruz de Jesús, por la salvación de nuestros hermanos.
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