“Habrá
más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y
nueve justos que no necesitan conversión” (Lc
15, 1-10). ¿Por qué la alegría de los ángeles por un pecador que se convierte? Para
saberlo, hay que considerar que la fuente de alegría de los ángeles es Dios Uno
y Trino quien, según Santa Teresa de los Andes, es “Alegría infinita”[1]. Los
ángeles se alegran en el cielo porque contemplan a Dios Trino y participan de
su Ser, fuente inagotable de alegría, y se alegran más cuando un pecador ser
convierte, no sólo porque ese pecador convertido ha iniciado, en cuanto tal, el
camino que habrá de conducirlo al cielo, sino que se alegran porque Dios Uno y
Trino dejará de ser ignorado, despreciado, olvidado, por un hombre más, el
pecador convertido, y comenzará a amarlo y adorarlo; los ángeles se alegran
porque la conversión de un pecador significa no sólo el inicio de la salvación
para ese pecador, sino el fin de las ofensas para la Trinidad, por parte de ese
mismo pecador. Ésa es la razón por la cual “hay más alegría entre los ángeles
por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no
necesitan conversión”: a la alegría que ya experimentan los ángeles en el cielo
por la contemplación de Dios Trino, se les añade una alegría nueva, que antes
no tenían, la alegría del pecador convertido.
Si
“Dios es Alegría”, entonces, lo opuesto a Dios, el pecado, es tristeza y si hay
tristeza en un corazón, es porque ahí no está Dios. Pero resulta que Dios
Encarnado, Jesucristo, viene en Persona a darnos su Alegría, contenida en su
Sagrado Corazón Eucarístico: “Así también vosotros estáis ahora tristes, pero
yo os veré otra vez y vuestro corazón se alegrará, y nadie os quitará ya
vuestra alegría” (Jn 16, 22). Jesucristo
nos dona la Alegría de Dios, que es infinita, porque no sólo quita nuestros
pecados con la Sangre de su Cruz, sino que nos dona la filiación divina,
haciéndonos partícipes de la naturaleza divina y por lo tanto de la Alegría
divina: “Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros, y vuestra alegría sea completa” (Jn 15,11). La Alegría que nos da Jesús
es la Alegría de Dios, es su Alegría,
que es celestial, sobrenatural, infinita, incomprensible e inabarcable, como el
Ser divino. La Alegría que nos da Jesucristo no es el mero contagio superficial
de una alegría mundana y pasajera, sino la participación real, por la gracia,
de la Alegría del Ser trinitario. Entonces, la gracia de Jesucristo es la
fuente de la alegría para nosotros, que somos pecadores.
“Habrá
más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y
nueve justos que no necesitan conversión”. Mientras estamos en esta vida, en
estado de viadores, somos pecadores y, por lo tanto, necesitamos de la
conversión del corazón, la cual es una tarea de todos los días. Si luchamos por
nuestra propia conversión, entonces seremos causa de alegría para nuestros
ángeles custodios, al tiempo que participaremos de su alegría, originada en la
contemplación gozosa de la Trinidad.
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