(Ciclo
B – 2015)
La muerte provoca dolor, angustia y tristeza, porque el ser
querido ya no está más entre nosotros. La muerte provoca asombro, nos deja sin
palabras, porque no hemos sido creados para la muerte, sino para la vida, y es
por eso que nos deja sin palabras, atónitos, estupefactos. Frente a la muerte,
el hombre queda sin respuestas, porque la muerte se lleva lo que más amamos, a
nuestros seres queridos, y nos deja solos, sin su compañía. Frente a la muerte,
es necesario tener presentes las verdades de la Santa Iglesia Católica, porque se
puede tener la tentación de que a los seres queridos fallecidos ya no se los va
a volver a ver más; la experiencia de la muerte es tan fuerte, que se puede
pensar que nunca más vamos a volver a encontrarnos con nuestros seres queridos
que han muerto.
Sin embargo, la Iglesia nos enseña que el reencuentro con
nuestros seres queridos es posible, aunque no en esta vida, sino en la otra, y
luego de haber atravesado nosotros mismos el umbral de la muerte. El reencuentro
es posible gracias al misterio pascual de Muerte y Resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo, porque gracias a su Pasión y Muerte en cruz, Jesús destruyó
nuestra muerte, nos concedió la vida eterna y nos abrió las puertas del cielo. Porque
Jesús resucitó y nos concedió la vida eterna, para el cristiano la muerte no es
el final de nada, sino el comienzo del camino, el comienzo de la vida eterna. Ahora
bien, para que este reencuentro sea posible, debemos vivir en gracia, evitar el
pecado –es lo que nos aparta de Dios- y obrar la misericordia. Si esto hacemos,
estaremos seguros de que, por la Misericordia de Dios –por la cual esperamos
que nuestros seres queridos ya estén con Dios y si todavía no están con Él,
esperamos que estén en el Purgatorio, para lo cual rezamos por ellos-, el día
de nuestra propia muerte, luego de atravesar el Juicio Particular, nos
reencontraremos, en el Reino de los cielos, en Cristo Jesús, con nuestros seres
queridos, para ya nunca más separarnos.
La
conmemoración de nuestros seres queridos no debe quedar entonces en una estéril
tristeza melancólica, sino que la certeza de su reencuentro en Jesucristo, que
es Quien nos devolverá a nuestros seres queridos fallecidos, debe estimularnos
a ganar indulgencias, ya sea para ellos o para almas del Purgatorio, para
crecer cada vez más en la caridad y en la fe, de modo de estar preparados y
listos para cuando llegue el momento del feliz reencuentro en la eternidad, en
donde ya nunca más habremos de separarnos.
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