“Han
convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Lc 19, 45-48). Jesús expulsa a latigazos del Templo a los
vendedores de bueyes y palomas y a los cambistas, mientras cita la Sagrada
Escritura: “Mi casa es casa de oración y ustedes la han convertido en una cueva
de ladrones”.
Sin
embargo, no son solo los vendedores y comerciantes del templo los únicos
destinatarios de la ira de Jesús, sino también todos los cristianos que,
profanando su cuerpo, convierten a este, llamado a ser “templo del Espíritu
Santo” (cfr. 1 Cor 6, 19), morada de
la Trinidad, Casa de oración, en cuevas de demonios y esto sucede toda vez que
los cristianos, seducidos por el mundo, ingresan imágenes impuras, consienten a
la tentación, se dejan arrastrar por pensamientos y deseos impuros y cometen
actos impuros. Los bueyes y palomas de los vendedores, que están en el Templo
de Dios cuando no deberían estar, representan a las pasiones sin el control de
la razón y de la gracia, que así profanan el templo de Dios que es el cuerpo
del hombre; los vendedores, representan a la idolatría del dinero, a la
entronización en el corazón del hombre del oro y la plata en el lugar de Dios,
y a todas las fechorías, trapisondas, engaños y crímenes de todo tipo que el
hombre avaro, idólatra del dinero, comete, para obtener más y más ganancias
ilícitas.
“Han
convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”. Nuestra alma y cuerpo
están llamados a ser, por la gracia santificante, la Casa del Padre, el Templo
del Espíritu Santo, la Morada de la Trinidad y el corazón es el altar vivo en
donde debe ser adorado el Dios Viviente, Jesús Eucaristía. Si profanamos la
Casa del Padre, el alma y el cuerpo, con deseos, pensamientos, actos impuros o
si entronizamos en nuestros corazones al dinero en vez de Jesús Eucaristía,
entonces el reproche de Jesús va dirigido a nosotros.
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