(Ciclo
B – 2015)
“Tú lo dices: Yo Soy Rey” (Jn 18, 33-37). Sorprende el hecho de que la revelación y auto-proclamación
de Jesús como Rey del Universo se produzca precisamente en este momento, en el
momento en el que Poncio Pilatos, el gobernador romano, lo interroga. Al momento
de su auto-proclamación como Rey, Jesús está muy lejos de aparentar ser un rey:
no solo no tiene una corona de oro, no solo no está en su palacio, rodeado de
su corte y de sus nobles y soldados, sino que está esposado, ha sido tomado
prisionero, ha sido abandonado por sus discípulos y amigos, ha sido golpeado,
insultado, traicionado, vendido por treinta monedas de plata, ha sido entregado
a una potencia extranjera, ha pasado la noche en la cárcel, está rodeado de
enemigos. Sorprende la revelación y auto-proclamación de Jesús como rey, porque
en nada se parece, en la escena del Evangelio, frente a Poncio Pilatos,
indefenso y ultrajado, a un rey terreno, está hambriento, sudoroso, sin haber
siquiera podido higienizarse, desde su detención. Parece un pordiosero, un
mendigo, un “sin-techo”. Y cuando suba a la cruz, coronado de espinas, y sus
manos y pies sean atravesados por gruesos clavos de hierro, parecerá todavía
menos rey, a los ojos de los hombres, que sólo ven las apariencias. Y sin
embargo, Jesús en la Pasión y en la cruz es Rey, Él es el “Kyrios”, el Rey de
la gloria, cuyo trono de majestad es el madero ensangrentado de la cruz, su
corona real es la corona de gruesas, duras y filosas espinas, que desgarran su
cuero cabelludo y hacen brotar raudales de Sangre que empapan su cabeza, su
rostro divino tumefacto, su Cuerpo Santísimo; Jesús es Rey y su cetro de poder son
los clavos de hierro, porque con ellos el Amor manda a los hombres que se
santifiquen para el cielo, al tiempo que sujeta y hunde a las potencias
infernales en el Abismo eterno. Jesús en la Pasión y en la cruz no parece rey,
pero Jesús es Rey por derecho, porque es Dios omnipotente, Creador de los
hombres y los ángeles; Jesús no parece rey en la Pasión, pero Él es Rey por
conquista, porque es Dios Redentor y Santificador, que redime a la humanidad al
precio de su Sangre derramada en la cruz y es Dios Santificador, porque Él es
la santidad misma que junto al Padre, dona el Espíritu Santo que santifica las
almas y la Iglesia; porque es Dios, Jesús es Rey de ángeles y hombres; Jesús es
Rey del Universo visible e invisible; Jesús es Rey de los corazones de los que
aman a Dios, porque Él es el Divino Amor y la Misericordia Divina encarnados, aunque
el poder omnipotente de su Justicia Divina se extiende incluso hasta la más
recóndita madriguera del infierno, en donde los ángeles caídos y los condenados
experimentan la magnitud, el poder y el alcance de la furia de su Ira Divina.
Jesús
es Rey del Universo, elevado al trono majestuoso de la Santa Cruz y para
indicar su reyecía divina, es que se coloca el letrero que dice: “Jesús
Nazareno, Rey de los judíos”, pero como dice San Agustín, es rey no sólo de
Israel, sino del Nuevo Israel, la Iglesia Católica, porque es Rey de las almas;
San Agustín afirma que Jesucristo es Rey de los cielos y no meramente rey terreno
de Israel, porque no persigue fines temporales, sino la eterna salvación de los
hombres que creen en Él y lo aman: “¿De qué le servía al Señor ser rey de
Israel? ¿Era por ventura algo grande para el Rey de los siglos, ser rey de los
hombres? Cristo no es rey de Israel para exigir tributos, armar de la espada a
los batallones y dominar visiblemente a sus enemigos, sino que es rey de Israel
para gobernar las almas, velar por ellas para la eternidad y llevar al reino de
los cielos a los que creen, esperan y aman”.
“Tú lo dices: Yo Soy Rey”. Jesús se auto-proclama rey,
aunque no parece rey, porque no se parece a ningún rey de la tierra: no está
vestido con túnicas de seda, sino con su túnica, que empapada por su Sangre, está
cubierta también de tierra y de la humedad del sudor de su Cuerpo estresado; no
lleva una corona de oro, sino que ha sido insultado, blasfemado, denigrado,
rebajado en su honor y dignidad; no está acompañado por su séquito de nobles y
cortesanos, sino que está rodeado de enemigos que desean matarlo. Jesús no
parece un rey de la tierra, y Él mismo revela la causa: su realeza no es de
este mundo, sino del cielo: “Yo Soy Rey (…) Mi realeza no es de este mundo”. Si
fuera un rey de la tierra, los suyos habrían combatido para que no fuera
apresado; sin embargo, como no es un rey de la tierra, sino del cielo, es Dios
Padre quien no ha dejado que legiones de ángeles lo liberen, sino que ha
permitido que fuera entregado a sus enemigos, para que así este Rey –que es Rey
por derecho, puesto que es Dios-, se convierta también en Rey por conquista,
porque al sufrir su Pasión y derramar su Sangre, Jesús Rey del mundo, habría de
vencer para siempre, definitivamente a los tres grandes enemigos de la
humanidad: el pecado, la muerte y el demonio. Dios Padre permite que Jesús,
siendo Rey del Universo, sea apresado, para que así pueda cumplir su Pasión
Redentora, Pasión por la cual Jesús habría de derramar al Espíritu Santo con la
efusión de su Sangre, destruyendo así la muerte, borrando los pecados,
encarcelando al demonio para siempre en el lago de fuego del Infierno,
conduciendo a los hombres a la eternidad, para que disfruten de la bienaventuranza
celestial y sean herederos del Reino de los cielos.
“Yo
Soy Rey (…) Mi realeza no es de este mundo”. El Reino de Jesús no es de este
mundo: es del cielo, viene del cielo y Él viene a instaurarlo en la tierra,
pero es un reino eminentemente espiritual, sin delimitaciones geográficas y sin
estructuras materiales, por eso Jesús dice: “El Reino de Dios no está aquí o allí (…) el Reino de Dios está entre
ustedes”. Esto quiere decir que el Reino de Dios está en toda alma en gracia,
porque lo que hace que el Reino llegue, del cielo a las almas, es la gracia y
cuando el alma está en gracia, tiene en sí misma a algo más grande que el
Reino, y es al Rey de este reino, Cristo Jesús. Es por eso que una persona
puede estar agobiada por las tribulaciones, puede parecer exteriormente un ser
carente de todo, pero si está en gracia, tiene en sí al Rey del Universo,
Cristo Jesús: a un alma así, es el mismo Rey en Persona quien lo asocia a su
cruz, porque quiere hacerlo partícipe de su corona y de su reyecía.
“Tú
lo dices: Yo Soy Rey”. Jesús es el “Kyrios”, el Rey del Universo, que reina
desde un madero y reina también desde la Eucaristía, y este mismo Rey, que
reina desde la cruz y desde la Hostia consagrada, es el Rey que habrá de venir,
revestido de gloria, en una nube, a juzgar a vivos y muertos al fin del mundo. A
Nuestro Rey, que reina desde el madero, que viene a nosotros en el Pan de Vida
eterna, lo entronicemos en nuestras mentes, en nuestras voluntades, en nuestros
corazones, para que a Él y sólo a Él le rindamos el amor y la adoración que
sólo Él se merece; adoremos a Nuestro Rey Jesucristo en la Eucaristía, en el
tiempo que nos queda de vida terrena, para seguir luego adorándolo, en la
contemplación cara a cara, por toda la eternidad, en el Reino de los cielos. A Jesús,
Rey del Universo, le decimos: “Oh Cristo Jesús, Rey de la gloria, Kyrios, Señor
del cielo y de la tierra, que reinas desde el madero y desde la Eucaristía,
nosotros, indignos servidores tuyos, Te proclamamos Nuestro Único Rey y Señor, ,
porque sólo Tú eres Dios y nadie más que Tú y te ensalzamos, te exaltamos y te
adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario