sábado, 21 de noviembre de 2015

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo



(Ciclo B – 2015)

         “Tú lo dices: Yo Soy Rey” (Jn 18, 33-37). Sorprende el hecho de que la revelación y auto-proclamación de Jesús como Rey del Universo se produzca precisamente en este momento, en el momento en el que Poncio Pilatos, el gobernador romano, lo interroga. Al momento de su auto-proclamación como Rey, Jesús está muy lejos de aparentar ser un rey: no solo no tiene una corona de oro, no solo no está en su palacio, rodeado de su corte y de sus nobles y soldados, sino que está esposado, ha sido tomado prisionero, ha sido abandonado por sus discípulos y amigos, ha sido golpeado, insultado, traicionado, vendido por treinta monedas de plata, ha sido entregado a una potencia extranjera, ha pasado la noche en la cárcel, está rodeado de enemigos. Sorprende la revelación y auto-proclamación de Jesús como rey, porque en nada se parece, en la escena del Evangelio, frente a Poncio Pilatos, indefenso y ultrajado, a un rey terreno, está hambriento, sudoroso, sin haber siquiera podido higienizarse, desde su detención. Parece un pordiosero, un mendigo, un “sin-techo”. Y cuando suba a la cruz, coronado de espinas, y sus manos y pies sean atravesados por gruesos clavos de hierro, parecerá todavía menos rey, a los ojos de los hombres, que sólo ven las apariencias. Y sin embargo, Jesús en la Pasión y en la cruz es Rey, Él es el “Kyrios”, el Rey de la gloria, cuyo trono de majestad es el madero ensangrentado de la cruz, su corona real es la corona de gruesas, duras y filosas espinas, que desgarran su cuero cabelludo y hacen brotar raudales de Sangre que empapan su cabeza, su rostro divino tumefacto, su Cuerpo Santísimo; Jesús es Rey y su cetro de poder son los clavos de hierro, porque con ellos el Amor manda a los hombres que se santifiquen para el cielo, al tiempo que sujeta y hunde a las potencias infernales en el Abismo eterno. Jesús en la Pasión y en la cruz no parece rey, pero Jesús es Rey por derecho, porque es Dios omnipotente, Creador de los hombres y los ángeles; Jesús no parece rey en la Pasión, pero Él es Rey por conquista, porque es Dios Redentor y Santificador, que redime a la humanidad al precio de su Sangre derramada en la cruz y es Dios Santificador, porque Él es la santidad misma que junto al Padre, dona el Espíritu Santo que santifica las almas y la Iglesia; porque es Dios, Jesús es Rey de ángeles y hombres; Jesús es Rey del Universo visible e invisible; Jesús es Rey de los corazones de los que aman a Dios, porque Él es el Divino Amor y la Misericordia Divina encarnados, aunque el poder omnipotente de su Justicia Divina se extiende incluso hasta la más recóndita madriguera del infierno, en donde los ángeles caídos y los condenados experimentan la magnitud, el poder y el alcance de la furia de su Ira Divina.
Jesús es Rey del Universo, elevado al trono majestuoso de la Santa Cruz y para indicar su reyecía divina, es que se coloca el letrero que dice: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, pero como dice San Agustín, es rey no sólo de Israel, sino del Nuevo Israel, la Iglesia Católica, porque es Rey de las almas; San Agustín afirma que Jesucristo es Rey de los cielos y no meramente rey terreno de Israel, porque no persigue fines temporales, sino la eterna salvación de los hombres que creen en Él y lo aman: “¿De qué le servía al Señor ser rey de Israel? ¿Era por ventura algo grande para el Rey de los siglos, ser rey de los hombres? Cristo no es rey de Israel para exigir tributos, armar de la espada a los batallones y dominar visiblemente a sus enemigos, sino que es rey de Israel para gobernar las almas, velar por ellas para la eternidad y llevar al reino de los cielos a los que creen, esperan y aman”.
         “Tú lo dices: Yo Soy Rey”. Jesús se auto-proclama rey, aunque no parece rey, porque no se parece a ningún rey de la tierra: no está vestido con túnicas de seda, sino con su túnica, que empapada por su Sangre, está cubierta también de tierra y de la humedad del sudor de su Cuerpo estresado; no lleva una corona de oro, sino que ha sido insultado, blasfemado, denigrado, rebajado en su honor y dignidad; no está acompañado por su séquito de nobles y cortesanos, sino que está rodeado de enemigos que desean matarlo. Jesús no parece un rey de la tierra, y Él mismo revela la causa: su realeza no es de este mundo, sino del cielo: “Yo Soy Rey (…) Mi realeza no es de este mundo”. Si fuera un rey de la tierra, los suyos habrían combatido para que no fuera apresado; sin embargo, como no es un rey de la tierra, sino del cielo, es Dios Padre quien no ha dejado que legiones de ángeles lo liberen, sino que ha permitido que fuera entregado a sus enemigos, para que así este Rey –que es Rey por derecho, puesto que es Dios-, se convierta también en Rey por conquista, porque al sufrir su Pasión y derramar su Sangre, Jesús Rey del mundo, habría de vencer para siempre, definitivamente a los tres grandes enemigos de la humanidad: el pecado, la muerte y el demonio. Dios Padre permite que Jesús, siendo Rey del Universo, sea apresado, para que así pueda cumplir su Pasión Redentora, Pasión por la cual Jesús habría de derramar al Espíritu Santo con la efusión de su Sangre, destruyendo así la muerte, borrando los pecados, encarcelando al demonio para siempre en el lago de fuego del Infierno, conduciendo a los hombres a la eternidad, para que disfruten de la bienaventuranza celestial y sean herederos del Reino de los cielos.
“Yo Soy Rey (…) Mi realeza no es de este mundo”. El Reino de Jesús no es de este mundo: es del cielo, viene del cielo y Él viene a instaurarlo en la tierra, pero es un reino eminentemente espiritual, sin delimitaciones geográficas y sin estructuras materiales, por eso Jesús dice: “El Reino de Dios no está aquí  o allí (…) el Reino de Dios está entre ustedes”. Esto quiere decir que el Reino de Dios está en toda alma en gracia, porque lo que hace que el Reino llegue, del cielo a las almas, es la gracia y cuando el alma está en gracia, tiene en sí misma a algo más grande que el Reino, y es al Rey de este reino, Cristo Jesús. Es por eso que una persona puede estar agobiada por las tribulaciones, puede parecer exteriormente un ser carente de todo, pero si está en gracia, tiene en sí al Rey del Universo, Cristo Jesús: a un alma así, es el mismo Rey en Persona quien lo asocia a su cruz, porque quiere hacerlo partícipe de su corona y de su reyecía.
“Tú lo dices: Yo Soy Rey”. Jesús es el “Kyrios”, el Rey del Universo, que reina desde un madero y reina también desde la Eucaristía, y este mismo Rey, que reina desde la cruz y desde la Hostia consagrada, es el Rey que habrá de venir, revestido de gloria, en una nube, a juzgar a vivos y muertos al fin del mundo. A Nuestro Rey, que reina desde el madero, que viene a nosotros en el Pan de Vida eterna, lo entronicemos en nuestras mentes, en nuestras voluntades, en nuestros corazones, para que a Él y sólo a Él le rindamos el amor y la adoración que sólo Él se merece; adoremos a Nuestro Rey Jesucristo en la Eucaristía, en el tiempo que nos queda de vida terrena, para seguir luego adorándolo, en la contemplación cara a cara, por toda la eternidad, en el Reino de los cielos. A Jesús, Rey del Universo, le decimos: “Oh Cristo Jesús, Rey de la gloria, Kyrios, Señor del cielo y de la tierra, que reinas desde el madero y desde la Eucaristía, nosotros, indignos servidores tuyos, Te proclamamos Nuestro Único Rey y Señor, , porque sólo Tú eres Dios y nadie más que Tú y te ensalzamos, te exaltamos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén”.


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