“En
tierra buena, dieron buenos frutos” (Mt
13, 1-9). En la parábola del sembrador, cada elemento hace referencia a una
realidad sobrenatural: la tierra es el corazón del hombre; la semilla es la
Palabra de Dios, Jesucristo, el Verbo de Dios hecho hombre; el sembrador es
Dios Padre. Ahora bien, ¿qué es lo que hace que una tierra, es decir, un
corazón humano, en donde es sembrada la semilla, sea buena? ¿Qué es lo que
permite que un corazón dé frutos de santidad, en tanto que, en otros, no se da
ningún fruto? Lo que convierte a un corazón en tierra fértil que da frutos
buenos, es decir, lo que hace que en el corazón del hombre arraigue la Palabra
de Dios y dé frutos de santidad - caridad, alegría, magnanimidad, misericordia-,
es la gracia santificante, que hace partícipe al alma de la vida misma del
Hombre-Dios y le comunica, por lo tanto, de las mismas virtudes de Jesús. Los ejemplos
de tierras fértiles, o de corazones en los que la Palabra de Dios ha echado
raíces y ha dado frutos de santidad, son los santos, que siendo fieles a la
gracia, no solo la conservaron, sino que la acrecentaron.
“En
tierra buena, dieron buenos frutos”. También en nosotros, el Sembrador, Dios
Padre, echa su semilla, que es la Palabra de Dios, Jesucristo; también en
nosotros, Dios Padre espera que esta semilla arraigue y, echando raíces en
nuestros corazones, crezca el Árbol Santo de la Cruz, que da frutos exquisitos
de santidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario