“Paz
a esta casa” (Lc 10, 5). Al enviarlos
a anunciar la Buena Noticia, Jesús enseña a sus discípulos a dar el saludo de
la paz a aquellas casas en las que los reciban: “Al entrar en una casa,
salúdenla invocando la paz sobre ella”. No se trata de un mero saludo de
cortesía, sino del don de la paz de Cristo, transmitida por los discípulos. La paz
de Cristo es la paz de Dios, que sobreviene al alma cuando la gracia de Cristo
quita aquello que le quita la paz y la enemista con Dios, esto es, el pecado.
La
Iglesia continúa con la misión encomendada por Cristo, dando la paz de Dios a
las almas, y lo hace por intermedio de la Santa Misa: al igual que en el
Evangelio, la paz que da la Iglesia no es una mera convención social, sino
verdaderamente la paz de Cristo, la paz de Dios a los hombres. Y a su vez, el
cristiano, que es el depositario de esta paz divina, debe dar, a su prójimo,
incluido aquel que, por un motivo u otro sea su enemigo, la misma paz de
Cristo, sin hacer acepción alguna de personas. Lo que se recibe gratuitamente,
la paz de Cristo, debe darse gratuitamente, la paz de Cristo, a todo prójimo,
sin excepción alguna. Sólo así el cristiano se muestra como verdadero hijo de
Dios Padre, que nos da su paz por la Sangre de su Hijo Jesucristo, aun cuando
nosotros éramos sus enemigos. Esta es la razón por la cual el cristiano no
tiene excusa alguna no solo para no odiar a su enemigo, sino para darle, con el
amor de Cristo, la misma paz que de Él recibió desde la cruz.
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