sábado, 23 de julio de 2016

“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”


“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”.

(Domingo XVII - TO - Ciclo C – 2016)

         “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá” (Lc 11, 1-13). Luego de enseñar a sus discípulos a rezar el Padrenuestro -y, en consecuencia, a tratar a Dios como “Padre”-, para fortalecer la identidad de hijos de Dios, Jesús nos anima a “pedir, buscar y llamar” a Dios, nuestro Padre, por la oración, y esto constituye una novedad en la oración cristiana, que la distingue de la oración de cualquier otra religión. La novedad de la oración de Jesús es que nos anima a hacerlo desde nuestra condición de hijos, y es por eso que nos enseña el Padrenuestro, y a pedir con confianza y con insistencia, y para ello, relata una parábola en la que un individuo consigue lo que le pide a su amigo, más que por la amistad, por la insistencia.
En la parábola, alguien acude a su amigo a horas poco prudentes –a medianoche-, para pedirle “tres panes para un amigo que llegó de viaje” y él “no tiene nada que ofrecerle”. Esto demuestra algo esencial en la amistad y es la confianza, ya que el individuo acude a su amigo a una hora imprudente, pero lo hace por el hecho de que es su amigo y sabe que puede acudir a él en caso de una necesidad como la que se le presenta. Esta es una de las características de la oración cristiana: Dios es nuestro Padre, pero también es nuestro Amigo, ya que Él mismo nos llama así, en la Última Cena: “Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn 15, 15). Esto quiere decir que, para con Dios, debe  movernos el amor filial y el amor de amistad, que se expresan por la confianza. Luego, Jesús nos revela cuál debe ser la otra característica de la oración cristiana, además de la confianza y el amor, y es la insistencia, que es lo que se manifiesta a continuación en la parábola. A pesar de ser amigos, el amigo importunado no tiene intención de darle lo que le pide, porque tanto él como sus hijos, ya están “acostados”, es decir, descansando: “Y desde adentro él le responde: ‘No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos’”. Puesto que Él es Dios, Jesús sabe que, si pedimos con insistencia, aun cuando por algún motivo no quiera concedernos lo que le pedimos, nos lo dará –si es conveniente para nuestra salvación-, en razón del amor de amistad que nos tiene, pero también a causa de nuestra insistencia en la oración: “Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario”. Jesús, entonces, nos enseña y anima a orar “con insistencia”, y al hacerlo así Dios, que es infinitamente bueno, nos dará cosas buenas: “También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?”. Jesús nos quiere hacer ver que, si entre nosotros, los hombres, hay gestos de bondad, a pesar de estar herida nuestra naturaleza a causa del pecado original, lo que significa que tenemos tendencia al mal, cuánto más Dios, que es infinitamente bueno, nos dará sólo cosas buenas y nada más que buenas y, más que buenas, cosas santas. De esta manera, Jesús nos da la fórmula para, movidos por el amor filial y la confianza en Dios nuestro Padre, conseguir cualquier milagro que necesitemos de Él: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. Si tenemos que “pedir, buscar y llamar”, la pregunta, entonces, es: ¿qué pedimos, dónde buscamos, y a quién llamamos? La respuesta es que debemos pedir, ante todo, la gracia de la conversión -para nosotros y nuestros seres queridos- y el don de la Divina Sabiduría, para saber qué es lo que es grato a Dios; debemos buscar a través del Costado abierto del Salvador en la Cruz, y debemos llamar y golpear a las puertas del Sagrado Corazón, que derrama su contenido, la Sangre y el Agua, desde el costado traspasado en la cruz; y debemos llamar y golpear también a las puertas del sagrario, en donde está el Sagrado Corazón, que late en la Eucaristía.
         Entonces, al igual que el amigo inoportuno de la parábola, que acude a la casa de su amigo y golpea a la puerta, y pide, y busca el favor de su amigo, así debemos también hacer nosotros con Jesús: llamar, buscar y pedir, a las puertas de su Sagrado Corazón, que asoma por su Costado traspasado en la Cruz y que late en la Eucaristía.
         Ahora bien, si esto hacemos, Dios Padre nos dará algo que ni siquiera podemos imaginar y que, una vez recibido, es tan pero tan grande, que no nos alcanzará la eternidad para apreciarlo y para agradecer: si al igual del hombre de la parábola, que acude a su amigo para pedirle tres panes, nosotros acudimos, por la oración, a Jesús, que es nuestro Amigo, Jesús no nos dará tres panes, sino que nos dará el Pan de Vida eterna, que es su Sagrado Corazón, inhabitado por el Amor de Dios, el Espíritu Santo: “Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”. Al pedirle a Dios Padre el Pan Eucarístico, Dios Padre nos da, con el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, el Espíritu Santo, el Amor Divino. ¡Cuán grandiosa y maravillosa es nuestra religión católica, que nos enseña que tenemos a nuestra disposición el Amor de Dios, el Espíritu Santo, para que el Padre nos lo dé por medio de su Hijo, por la Sagrada Comunión!





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