“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”.
(Domingo
XVII - TO - Ciclo C – 2016)
“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les
abrirá” (Lc 11, 1-13). Luego de
enseñar a sus discípulos a rezar el Padrenuestro -y, en consecuencia, a tratar
a Dios como “Padre”-, para fortalecer la identidad de hijos de Dios, Jesús nos anima
a “pedir, buscar y llamar” a Dios, nuestro Padre, por la oración, y esto
constituye una novedad en la oración cristiana, que la distingue de la oración
de cualquier otra religión. La novedad de la oración de Jesús es que nos anima a
hacerlo desde nuestra condición de hijos, y es por eso que nos enseña el
Padrenuestro, y a pedir con confianza y con insistencia, y para ello, relata
una parábola en la que un individuo consigue lo que le pide a su amigo, más que
por la amistad, por la insistencia.
En
la parábola, alguien acude a su amigo a horas poco prudentes –a medianoche-,
para pedirle “tres panes para un amigo que llegó de viaje” y él “no tiene nada
que ofrecerle”. Esto demuestra algo esencial en la amistad y es la confianza,
ya que el individuo acude a su amigo a una hora imprudente, pero lo hace por el
hecho de que es su amigo y sabe que puede acudir a él en caso de una necesidad
como la que se le presenta. Esta es una de las características de la oración
cristiana: Dios es nuestro Padre, pero también es nuestro Amigo, ya que Él
mismo nos llama así, en la Última Cena: “Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn 15, 15). Esto quiere decir que, para
con Dios, debe movernos el amor filial y
el amor de amistad, que se expresan por la confianza. Luego, Jesús nos revela
cuál debe ser la otra característica de la oración cristiana, además de la
confianza y el amor, y es la insistencia, que es lo que se manifiesta a
continuación en la parábola. A pesar de ser amigos, el amigo importunado no
tiene intención de darle lo que le pide, porque tanto él como sus hijos, ya
están “acostados”, es decir, descansando: “Y desde adentro él le responde: ‘No
me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados.
No puedo levantarme para dártelos’”. Puesto que Él es Dios, Jesús sabe que, si
pedimos con insistencia, aun cuando por algún motivo no quiera concedernos lo
que le pedimos, nos lo dará –si es conveniente para nuestra salvación-, en
razón del amor de amistad que nos tiene, pero también a causa de nuestra insistencia
en la oración: “Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por
ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo
necesario”. Jesús, entonces, nos enseña y anima a orar “con insistencia”, y al
hacerlo así Dios, que es infinitamente bueno, nos dará cosas buenas: “También
les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les
abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se
le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le
pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le
pide un huevo, le dará un escorpión?”. Jesús nos quiere hacer ver que, si entre
nosotros, los hombres, hay gestos de bondad, a pesar de estar herida nuestra
naturaleza a causa del pecado original, lo que significa que tenemos tendencia
al mal, cuánto más Dios, que es infinitamente bueno, nos dará sólo cosas buenas
y nada más que buenas y, más que buenas, cosas santas. De esta manera, Jesús
nos da la fórmula para, movidos por el amor filial y la confianza en Dios
nuestro Padre, conseguir cualquier milagro que necesitemos de Él: “Pidan y se
les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. Si tenemos que “pedir,
buscar y llamar”, la pregunta, entonces, es: ¿qué pedimos, dónde buscamos, y a
quién llamamos? La respuesta es que debemos pedir, ante todo, la gracia de la
conversión -para nosotros y nuestros seres queridos- y el don de la Divina Sabiduría, para saber qué es lo que es grato a
Dios; debemos buscar a través del Costado abierto del Salvador en la Cruz, y
debemos llamar y golpear a las puertas del Sagrado Corazón, que derrama su
contenido, la Sangre y el Agua, desde el costado traspasado en la cruz; y
debemos llamar y golpear también a las puertas del sagrario, en donde está el Sagrado
Corazón, que late en la Eucaristía.
Entonces, al igual que el amigo inoportuno de la parábola,
que acude a la casa de su amigo y golpea a la puerta, y pide, y busca el favor
de su amigo, así debemos también hacer nosotros con Jesús: llamar, buscar y
pedir, a las puertas de su Sagrado Corazón, que asoma por su Costado traspasado
en la Cruz y que late en la Eucaristía.
Ahora bien, si esto hacemos, Dios Padre nos dará algo que ni
siquiera podemos imaginar y que, una vez recibido, es tan pero tan grande, que
no nos alcanzará la eternidad para apreciarlo y para agradecer: si al igual del
hombre de la parábola, que acude a su amigo para pedirle tres panes, nosotros acudimos,
por la oración, a Jesús, que es nuestro Amigo, Jesús no nos dará tres panes, sino
que nos dará el Pan de Vida eterna, que es su Sagrado Corazón, inhabitado por
el Amor de Dios, el Espíritu Santo: “Si ustedes, que son malos, saben dar cosas
buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a
aquellos que se lo pidan!”. Al pedirle a Dios Padre el Pan Eucarístico, Dios
Padre nos da, con el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, el Espíritu Santo,
el Amor Divino. ¡Cuán grandiosa y maravillosa es nuestra religión católica, que
nos enseña que tenemos a nuestra disposición el Amor de Dios, el Espíritu
Santo, para que el Padre nos lo dé por medio de su Hijo, por la Sagrada
Comunión!
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