“El
que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 46-50). Jesús, rodeado de
discípulos, está predicando la Palabra de Dios. En medio de su prédica, le
avisan que “su madre y sus parientes”, están afuera, esperándolo: “"Tu
madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte”. Jesús responde de
manera enigmática, como dando a entender que su familia biológica pasa a un
segundo plano: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? (…) Todo el que
hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi
hermana y mi madre”. Es decir, con esta respuesta, Jesús pareciera dar a
entender que su familia biológica –su Madre, la Virgen, y sus “hermanos”, que
son sus primos en realidad-, pasa a un segundo plano, puesto que antepone a
ellos a “todo el que hace la voluntad de su Padre”.
Sin
embargo, no es verdad que Jesús deje de lado a su familia biológica –muchísimo menos
a su Madre, la Virgen-: lo que sucede es que Jesús está revelando la creación,
de parte suya, de una nueva familia, la familia de los hijos de Dios,
congregados en la Iglesia, y esta familia nueva, a diferencia de la familia
biológica, que está unida por lazos de sangre, la nueva familia de Jesús está
unida por un lazo infinitamente más fuerte que los lazos biológicos, y es el
lazo del Amor de Dios, el Espíritu Santo, donado por Él y el Padre, que uniendo
a los hombres en Cristo, los plenifica con el Amor de Dios y es el Amor de
Dios, el que lleva a cumplir la voluntad de Dios, que siempre es santa, benigna
y amabilísima. La Nueva Familia de los hijos de Dios, adoptados por la gracia
santificante, se caracteriza por cumplir la Divina Voluntad, por amor, no por
obligación, ni por miedo. Ésa es la razón por la cual Jesús dice que “Todo el
que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi
hermana y mi madre”. Pero eso no significa que Jesús deje de lado, o haga pasar
a un segundo plano a su familia biológica, y mucho menos a su Madre amantísima,
la Virgen, por cuanto Ella es modelo perfectísimo de cumplimiento de la
voluntad de Dios, y por partida doble: por ser Madre biológica de Jesús, y por
ser la Madre celestial de los hijos adoptivos de Dios, es decir, de la Nueva
Familia de Jesús, sus hermanos, adoptados por María Santísima al pie de la
cruz.
La
Virgen es la primera en cumplir la voluntad de su Padre, con su “Fiat” a la
Encarnación y con su amoroso y perfectísimo cumplimiento de su rol materno,
encargado por Dios Padre. La Virgen es así doble ejemplo de familia de
Jesucristo unida en el amor al cumplimiento del Padre: por ser su Madre
biológica, y por ser la Primera que cumple, de modo admirabilísimo y
perfectísimo, la voluntad de Dios Padre, que es el ofrecimiento de todo el ser,
para ser partícipes de su plan de salvación del género humano.
“El
que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Por
haber recibido la gracia santificante en el bautismo, formamos parte de la Familia
de Jesús: somos hijos adoptivos de Dios Padre y hermanos de Jesús, y si
queremos cumplir la voluntad de Dios, contemplemos a Nuestra Madre del cielo,
la Virgen, Aquella que, movida por el Amor del Espíritu Santo, que inhabita en
su Inmaculado Corazón, dice “Fiat” a la voluntad amabilísima de Dios.
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