En la escena de Navidad, destaca la Madre del Niño: aunque su
apariencia es humilde, no es una madre más entre tantas: es la Inmaculada
Concepción, la Llena de gracia, la Purísima, la Reina de los ángeles, la Reina
de cielos y la tierra. Es María, la Madre de Dios. Es madre primeriza, pero es
Virgen y Madre al mismo tiempo, porque el Niño que ha salido de sus entrañas,
no fue concebido por hombre alguno, sino por el Espíritu Santo, el Amor de
Dios, y ese Niño fruto de sus entrañas, no es un niño más entre tantos, sino el
Niño Dios, es decir, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, para que los
hombres, hechos como niños por la pureza e inocencia que concede la gracia,
seamos Dios por participación.
La Madre de este Niño ha dado a luz, pero permanece Virgen,
porque el Niño salió de sus entrañas sin comprometer su pureza virginal:
estando la Virgen arrodillada y con las manos unidas a la altura del pecho, en
posición de profunda oración, al momento de dar a luz, de su abdomen superior
salió una luz celestial, que iluminó con su resplandor eterno al pobre Pesebre
de Belén y se materializó en el Niño Dios. Así fue el Nacimiento del Salvador,
el Mesías, puro, límpido, cristalino, precisamente como lo describen los Padres
de la Iglesia, “como un rayo de sol atraviesa el cristal”. Y así como el rayo
de sol deja intacto al cristal, antes, durante y después de atravesarlo, así
sucedió con el Hijo de Dios en su Nacimiento, dejando intacta la virginidad de
su Madre antes, durante y después del parto.
Gracias a esta Madre, el Niño de Belén, que es Dios
Invisible, se volvió visible, al tejerle esta Madre y Virgen un cuerpo humano,
en su seno materno, para que así este Niño Dios pudiera ser visto por todos los
hombres y así ninguno pueda decir, en adelante, que “no ha visto a Dios”, porque
quien ve a este Niño, ve a Dios. También gracias a esta Madre y Virgen, el Niño
que crecía en su seno virginal, que era el Dios Creador de todas las cosas,
recibió nutrientes de la substancia materna durante los nueve meses de
gestación, y así el Dios que da alimento a hombres y animales, recibió alimento
de su Madre, para crecer en su seno virginal como un Niño robusto y bien
alimentado.
Gracias a esta Madre, que le tejió un cuerpo y lo alimentó
con la substancia de sus entrañas, el Dios Tres veces Santo, Espíritu Puro,
adquirió un Cuerpo para ser ofrendado en la Cruz y ser donado a los hombres, en
cada Misa, como Pan de Vida eterna.
La Madre del Niño de Belén parece una madre más, pero no lo
es, porque es la Madre de Dios, la siempre Virgen, Perfecta y Purísima María
Santísima.
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