viernes, 16 de diciembre de 2016

“José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya”


(Domingo IV - TA - Ciclo C - 2016 – 2017)

         “José, hijo de David, no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya” (Mt 1, 18-24). El Ángel anuncia a José, en sueños, no solo que el Mesías ha de nacer, dando así cumplimiento a las profecías mesiánicas tanto tiempo esperadas por el Pueblo Elegido, sino que además revela otras verdades sobrenaturales absolutas acerca de la naturaleza del Mesías y despeja, en San José, toda duda acerca de la virginidad de María. Por un lado, el Mesías que ha de nacer no es concebido por obra de hombre alguno, sino del Espíritu de Dios, con lo cual confirma, por un lado, la virginidad de María y, por otro, que el Mesías viene del cielo: “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo””. María es Virgen, porque está encinta pero su concepción no es por obra del hombre, sino por obra del Amor de Dios, el Espíritu Santo. Ya el Evangelista lo había dicho al inicio: “María (…) estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo”. El Evangelista anuncia que el Mesías es Dios encarnado y esta condición del Mesías está revelada por su nombre, Emanuel, “Dios con nosotros”: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros””.
         Luego el Ángel le anuncia que “dará a luz un hijo”, con lo cual revela la naturaleza también humana del Mesías, al cual se le dará el nombre de Jesús, que significa “Salvador”, porque salvará a los hombres al quitarles el pecado: “”. Así, con esta revelación en sueños a José, se revelan las verdades absolutas del Mesías, imposibles de ser conocidas humanamente, sino es por la Divina Revelación: el que concibe en María es el Espíritu Santo y no el hombre: “lo que ha sido engendrado en Ella viene del Espíritu Santo”; el Padre del Mesías es Dios Padre y no José, porque es una concepción virginal, no humana; se confirma así que José es Padre adoptivo y humano del Hijo de Dios; el Mesías es Dios, es el Hijo de Dios, porque es “Hijo del Altísimo”; el Mesías es también hombre, porque su nombre significa “Dios con nosotros”; el parto del Mesías será también milagroso, porque la concepción milagrosa del Dios Mesías requiere un nacimiento también milagroso: “Ella dará a luz un hijo”, y así se afirma también la virginidad de María, que es Virgen antes, durante y después del parto; se revela también el doble privilegio de María, que siendo Virgen –porque lo concebido en Ella es obra del Espíritu Santo-, es al mismo tiempo Madre de Dios, porque lo que es concebido en su seno virginal es Dios Hijo, engendrado en la eternidad en el seno del Padre y concebido y nacido en el tiempo, en su naturaleza humana, en el seno virginal de María.
         El anuncio del Ángel entonces revela que el Mesías es Dios Hijo encarnado en el seno virgen de María por obra de nosotros y esto es lo que la Iglesia Católica afirma cuando llama a este Niño “Emanuel”, es decir, “Dios con nosotros”: el Niño concebido en María y nacido en Belén, es Dios Hijo con nosotros. El anuncio del Ángel revela que el Mesías se ha hecho Niño, para que los hombres, “haciéndonos como niños”, seamos como Dios por participación y así entremos en el Reino de los cielos. Lo que celebramos en Navidad no es, como sostienen algunos, que Dios se hizo hombre y dejó de ser Dios, y tampoco es verdad que el hombre es Dios en sí mismo; lo que celebramos en Navidad es esta asombrosa Verdad: sin dejar de ser Dios, Dios se hizo hombre para que los hombres nos hiciéramos Dios por participación.
         El anuncio también disipa las dudas de José que “lleva a María a su casa”: “Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa”. La revelación del Ángel acerca de la verdad del Niño engendrado en María, que habrá de nacer para Navidad, se encuentra indisolublemente ligada a la verdad de la Eucaristía, porque la Eucaristía es el mismo Niño Dios, encarnado en María, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía; por lo tanto, así como José llevó a María –ya encinta del Hijo de Dios- a su casa y luego la Virgen dio a luz a Jesús, así también nosotros debemos llevar a María en nuestros corazones, para que en nuestros corazones la Virgen dé a luz a su Hijo: el Hijo de Dios viene para nacer en nosotros, no como un Niño humano, como en Belén, sino como Niño Dios oculto en apariencia de pan. Para ello, debemos preparar nuestros corazones, por la gracia, la fe y el amor, para que allí sea depositado el Mesías, que viene a nuestros corazones como “Pan Vivo bajado del cielo”, como Eucaristía.

        



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