“¿Qué
llegará a ser este niño?” (Lc 1,57-66).
Los eventos extraordinarios alrededor del nacimiento de Juan el Bautista llevan
a sus contemporáneos a preguntarse “¿Qué llegará a ser este niño?”, porque para
todos, era evidente que “la mano del Señor estaba con Él”. Y, ¿qué fue este
niño, Juan el Bautista? Fue aquél profeta, en el límite del Antiguo y Nuevo
Testamento, que anunció la Llegada del Mesías; fue aquel que anunció en el
desierto la Llegada de Dios hecho hombre y que predicó en el desierto la
necesidad de la conversión del corazón para recibir al Mesías; fue aquel que,
iluminado por el Espíritu Santo, señaló a Jesucristo y lo llamó: “el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo”; fue aquel que dio la vida en testimonio de
Jesús, el Mesías Dios, Aquel que existía “antes que él”.
“¿Qué
llegará a ser este niño?”. De todo cristiano, de todo católico, el mundo se
formula la misma pregunta, porque sobre todo católico “está la mano de Dios”,
desde el momento en que todo católico es hijo de Dios y por lo tanto, de todo
católico se esperan “grandes cosas”. ¿Y cuáles son estas “grandes cosas” que se
esperan de todo católico? Que continúe y prolongue la misión de Juan el
Bautista, es decir, que anuncie, en el desierto de este mundo sin Dios, que el
Mesías Dios ha venido a este mundo como Niño sin dejar de ser Dios, para que
los hombres, siendo como niños, nos hagamos Dios por la gracia; que anuncie al
mundo que ese mismo Niño Dios que nació milagrosamente de una Madre Virgen en
Belén, es el mismo Dios que se encuentra vivo, glorioso, resucitado, con su
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía. Y que esté dispuesto a dar
su vida por el testimonio del Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, si fuera
necesario, así como el Bautista dio su vida por el Cordero de Dios.
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