Después de la Virgen y San José, los primeros seres humanos
en recibir la noticia del Nacimiento del Redentor en Belén fueron un grupo de
pastores, y los encargados de darles la Buena Nueva fueron los ángeles: “Había
en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno
durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del
Señor los envolvió en su luz: y se llenaron de temor. El ángel les dijo: ‘No
temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os
ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor, en
la ciudad de David. Esto tendréis por señal: encontraréis al Niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre’. Al instante se juntó con el ángel una
multitud del ejército celestial, alabando a Dios, diciendo: ‘Gloria a Dios en
las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad’. Y sucedió que
cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos
a otros: “Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos
ha manifestado”. Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al
niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho
acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los
pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba
en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por
todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho” (Lc 2, 8-20).
Para poder vivir un verdadero espíritu navideño, es
necesario meditar en la aparición de los ángeles y en la actitud y respuesta de
los pastores, para tomar ejemplo de ellos. Cuando los pastores reciben la Buena
Noticia, algunos “dormían” por turnos, vigilando sus rebaños, es decir, los
pastores estaban cumpliendo con su deber de estado, una condición necesaria e
indispensable para recibir al Mesías, según la parábola del siervo prudente. Por
otra parte, el hecho de ser pastores, además del oficio en sí mismo, indica la
predilección de Dios por los pobres y humildes, pero no una pobreza meramente
material, sino ante espiritual, al igual que la humildad: esto es necesario en
el alma, para ser del agrado de Dios, que “enaltece los humildes y humilla a los soberbios. Cuando
aparecen los ángeles, los pastores son envueltos en la “gloria del Señor”, y
esto es lo que les permite recibir y comprender el mensaje angélico, que es
celestial y sobrenatural, y no rebajarlo al nivel de la pobre razón humana la
cual, sin la ayuda de la gracia de Dios, es incapaz de comprender el misterio
del Nacimiento de Dios Hijo y desvía la Buena Noticia, confundiéndola con
ideologías humanas. Recibida la noticia, los pastores, dando crédito a los
ángeles, acuden al Pesebre, en donde adoran al Hijo de Dios encarnado, Cristo
Jesús, que está “envuelto en pañales” y en brazos de María Virgen; luego “dan a
conocer” lo que han visto, al tiempo que “glorifican y alaban a Dios por todo
lo que habían visto y oído”.
Como
dijimos, los pastores son nuestros modelos para vivir una verdadera y auténtica
Navidad, pero también, para vivir la Santa Misa en su verdadera y auténtica
esencia, porque tanto la disposición de siervos prudentes, el estado de gracia de
los pastores, y la apertura del espíritu –pobre y humilde- a la gloria de Dios
que se manifiesta en el Niño de Belén, constituyen las mismas disposiciones
espirituales que debemos tener nosotros, no solo ante el Pesebre, sino ante la
Misa, en donde, “guiados por el Espíritu Santo”, como el anciano Simeón (cfr. Lc 2, 27), encontramos al mismo Niño
Dios de Belén que los pastores encontraron, pero no envuelto en pañales, sino
oculto en apariencia de pan, en la Eucaristía.
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