miércoles, 28 de diciembre de 2016

Infraoctava de Navidad 2 2016


         En Navidad, una joven madre, primeriza, abraza a su Niño recién nacido para darle su calor materno; lo envuelve en pañales, le da de amamantar, lo acuna y le canta hermosas canciones con las cuales busca calmar el llanto del Niño, que llora de hambre y de frío, aunque llora también porque, como todo recién nacido que acaba de salir del vientre de su madre, experimenta el brusco pasaje de serenidad, seguridad y calidez del seno materno, al frío y la incertidumbre del mundo exterior. Vista con los solos ojos humanos, la escena no se diferencia en mucho de las centenares de miles que se registran a diario en todas las partes del mundo, con la sola excepción del lugar en el que se produjo el Nacimiento, un Pesebre, es decir, un refugio para animales.
         Esta joven madre, que amorosa y premurosamente atiende, con dulzura y suavidad materna, las necesidades más básicas del Niño, de alimentación, abrigo y calor –la única fuente de calor la constituyen, en la fría noche, la fogata encendida por San José y el calor aportado por los humildes animales que acompañaron el nacimiento, el burro y el buey-, aunque vista con los ojos humanos parece ser una madre más de las tantas madres dedicadas de Palestina, no es, sin embargo, una madre más entre tantas: es la Madre de Dios, la Siempre Virgen, Perfecta y Purísima Virgen María, Madre del Único Dios por el que se vive; Madre del Creador de todas las cosas, del Universo visible e invisible. Es Madre de Dios porque engendró, en el tiempo, virginal y milagrosamente, a la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el Unigénito del Padre que, procediendo eternamente del Padre, se encarnó en el seno de María por obra del Espíritu Santo –en su concepción no hubo intervención alguna de hombre-, fue revestido de carne y alimentado con los nutrientes maternos en el seno virgen de María, y nació milagrosamente en Belén, Casa de Pan, para donarse al mundo como Pan de Vida eterna, como Pan bajado del cielo, como el Verdadero Maná del Padre, que alimenta a las almas con la substancia, la vida y el Amor divinos.
         La madre del Niño de Belén no es una madre más entre tantas, es la Madre de Dios.


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