En Navidad, una joven madre, primeriza, abraza a su Niño
recién nacido para darle su calor materno; lo envuelve en pañales, le da de
amamantar, lo acuna y le canta hermosas canciones con las cuales busca calmar
el llanto del Niño, que llora de hambre y de frío, aunque llora también porque,
como todo recién nacido que acaba de salir del vientre de su madre, experimenta
el brusco pasaje de serenidad, seguridad y calidez del seno materno, al frío y
la incertidumbre del mundo exterior. Vista con los solos ojos humanos, la
escena no se diferencia en mucho de las centenares de miles que se registran a
diario en todas las partes del mundo, con la sola excepción del lugar en el que
se produjo el Nacimiento, un Pesebre, es decir, un refugio para animales.
Esta joven madre, que amorosa y premurosamente atiende, con
dulzura y suavidad materna, las necesidades más básicas del Niño, de
alimentación, abrigo y calor –la única fuente de calor la constituyen, en la
fría noche, la fogata encendida por San José y el calor aportado por los
humildes animales que acompañaron el nacimiento, el burro y el buey-, aunque
vista con los ojos humanos parece ser una madre más de las tantas madres
dedicadas de Palestina, no es, sin embargo, una madre más entre tantas: es la
Madre de Dios, la Siempre Virgen, Perfecta y Purísima Virgen María, Madre del
Único Dios por el que se vive; Madre del Creador de todas las cosas, del
Universo visible e invisible. Es Madre de Dios porque engendró, en el tiempo,
virginal y milagrosamente, a la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el
Unigénito del Padre que, procediendo eternamente del Padre, se encarnó en el
seno de María por obra del Espíritu Santo –en su concepción no hubo
intervención alguna de hombre-, fue revestido de carne y alimentado con los
nutrientes maternos en el seno virgen de María, y nació milagrosamente en
Belén, Casa de Pan, para donarse al mundo como Pan de Vida eterna, como Pan
bajado del cielo, como el Verdadero Maná del Padre, que alimenta a las almas
con la substancia, la vida y el Amor divinos.
La madre del Niño de Belén no es una madre más entre tantas,
es la Madre de Dios.
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