martes, 17 de septiembre de 2019

“A ti te lo digo, levántate”.



“A ti te lo digo, levántate”. Jesús hace un milagro de resurrección de muertos. El muchacho estaba verdaderamente muerto, su alma se había desprende de su cuerpo, que es lo que define a la muerte y la prueba es que estaba siendo llevado en cortejo mortuorio. A la sola orden de su voz, su alma vuelve a unirse con su cuerpo, volviéndolo a la vida. No es extraño un milagro de este orden; por el contrario, es propio de Cristo, el Hombre-Dios. Él es el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin, Él posee las llaves de la vida y de la muerte y si bien la muerte no es por su culpa, sino por el diablo -por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo-, Él tiene poder absoluto sobre la vida y la muerte y es por esto que, compadecido, restituye a la vida al hijo único de la viuda de Naím.
“A ti te lo digo, levántate”. La poderosa voz de Jesús tiene también poder para levantar del letargo en el que el alma duerme y despertarla a la vida de la fe. En nuestros días, en el que la mayoría de las almas de los católicos parecen vivir en un letargo mortal, sería conveniente que su voz resucitadora resonara en todas las almas de los bautizados, a fin de que estos dejen de dormir en el sueño del ateísmo, el agnosticismo y la superstición y despierten a la verdadera fe del Dios Uno y Trino que, en la Persona del Hijo, se encarnó para salvar a la humanidad.

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