lunes, 9 de septiembre de 2019

“Dichosos los que llevan la cruz de cada día”



“Dichosos los pobres” (Lc 6, 20-26). Jesús da la “fórmula”, por así decirlo, para encontrar la felicidad en este mundo, aunque parece un poco contradictoria, porque afirma que son dichosos los pobres, los que lloran, los que son odiados; al mismo tiempo, se lamenta por aquellos que en apariencia son felices: los ricos, los que están saciados, los que ríen, aquellos de los que todos hablan bien.
Lo que sucede es que tanto las bienaventuranzas como los ayes de Jesús no se explican sin la Cruz, porque en la Cruz se da vuelta o se cambia todo, porque en la Cruz todo se ve según la perspectiva de Dios. Además, el primer dichoso, si podemos decir así, es Él, porque Él en la cruz es pobre, llora, es odiado y quien lo imite en la cruz, será dichoso como Él. En efecto, Jesús en la cruz es pobre porque nada tiene, sólo tiene los clavos, la corona de espinas y el madero de la cruz, pero le pertenece el Reino de los cielos, por eso es “dichoso” quien, como Él, viva la pobreza evangélica, la pobreza de la cruz, la única pobreza que conduce al cielo. Él es dichoso porque en la cruz llora por los pecados y la malicia del corazón de los hombres, pero luego será feliz en el cielo, cuando lo acompañen los bienaventurados; de la misma manera, quienes aquí lloran por estar crucificados con Jesús, luego reirán y para siempre, en el Reino de los cielos. Jesús en la cruz es odiado, y es proscripto como infame, pero tiene una recompensa grande en el cielo, todas las almas redimidas por su Sangre Preciosísima; de la misma manera, quienes a causa del Nombre de Jesús sean proscriptos y odiados y perseguidos en la tierra, gozarán de la posesión del Reino de los cielos por la eternidad.
Luego vienen los “ayes”, porque se trata de aquellos que en esta vida rechazan la cruz: en esta vida son ricos, porque no comparten sus bienes materiales, pero en la otra padecerán el desconsuelo de verse privados de todas sus riquezas terrenales, además de padecer la ausencia de la más grande riqueza, la gloria de Dios; en esta vida están saciados, porque se hartan de banquetes terrenos, pero en la otra vida carecerán para siempre del alimento del Amor de Dios; en esta vida ríen, porque todos los felicitan por sus riquezas terrenas, pero en la otra vida llorarán, porque de esas riquezas no les quedará ni la sombra, mientras que vivirán en la carencia eterna de la gloria y del Amor de Dios y por eso serán sumamente infelices; en esta son halagados, porque se comportan con avaricia y astucia, pero en la otra vida carecerán de toda paz y alegría y por eso “harán duelo y llorarán” por la eternidad.
Lo que hace feliz o infeliz a un alma en esta vida y en la otra es la cruz de Jesús: quien se sube a Él con la cruz, cambiará su suerte cuando pase al otro mundo, y ahí será para siempre dichoso y feliz, gozando sin fin de las delicias del Amor y de la gloria de Dios.

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