lunes, 23 de septiembre de 2019

“Cristo Dios debe ser crucificado para resucitar”




“Cristo Dios debe ser crucificado para resucitar” (Lc 9,18-22). Jesús pregunta a sus discípulos quién es Él, según la gente y la respuesta es siempre errónea: unos dicen que es Elías, otros, que es el Bautista resucitado, otros, que es un profeta. Cuando les pregunta a ellos quién dicen ellos que es Él, el que responde en primer lugar y en nombre de todos es Pedro, quien le dice: “Tú eres el Mesías de Dios”, es decir, Tú eres el enviado de Dios para salvar a la humanidad. Inmediatamente después, y para que no hayan dudas acerca de la naturaleza de la misión que Él debe cumplir, Jesús revela, proféticamente, su misterio pascual de muerte y resurrección: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Esto, porque muchos cristianos, y empezando en primer lugar por Pedro y los Apóstoles, piensan que el hecho de que Cristo sea Dios, aparta instantáneamente todo dolor y toda tribulación. Muchos cristianos creen que por el hecho de ser cristianos, por el hecho de asistir a Misa, de rezar, de confesarse, están exentos del dolor y la tribulación, sin ver que el dolor y la tribulación forman parte esencial del misterio pascual de muerte y resurrección de Jesús.
“Cristo Dios debe ser crucificado para resucitar”. Si Jesús es Cristo Dios, el Mesías Salvador de la humanidad y si Él, para salvarnos, tuvo que pasar por su Pasión, Crucifixión y Muerte para luego resucitar y ascender a los cielos, y si nosotros estamos llamados a unirnos a su Pasión, para ser corredentores con Él, entonces eso quiere decir que nuestras vidas tienen que estar marcadas por el sello de Cristo, que es la Pasión y la Crucifixión para recién después acceder a la Resurrección. Pretender la Resurrección sin la Pasión, es decir, pretender una vida sin tribulaciones asociadas al misterio de Jesús, es como pretender ir al cielo sin la Cruz: es imposible. O vivimos crucificados y en medio de las persecuciones y tribulaciones del mundo, para así llegar al cielo, o vivimos una vida con paz aparente, pero que no conduce a la eterna bienaventuranza.

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