domingo, 30 de agosto de 2020

“Los demonios gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”

 


“Los demonios gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!” (Lc 4, 38-44). Mientras Jesús está curando numerosos enfermos, se da la siguiente situación: de muchos de ellos, salen demonios. Es decir, se trata de personas en las que se combinan la enfermedad, sea corporal o psíquica, más la posesión demoníaca, lo cual es muy frecuente que ocurra. Lo interesante aquí es, además del poder de Jesús de curar enfermos y de expulsar demonios, es lo que los demonios declaran cuando son expulsados por el poder de la voz de Jesús: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Es decir, los demonios reconocen, en Jesús de Nazareth, no a un hombre santo, sino al Dios Tres veces Santo, a la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo de Dios y lo dicen claramente: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Los demonios reconocen en Jesús de Nazareth al Hijo de Dios por una doble vía: porque reconocen cuál es la voz divina que los ha creado y luego expulsado al Infierno y porque reconocen en esa voz el poder omnipotente de Dios, que los obliga a abandonar los cuerpos a los que han poseído, sin poder hacer ni la más mínima resistencia.

“Los demonios gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Sabemos que el Demonio y los demonios son mentirosos por decisión propia, pero en algunas ocasiones, como esta, dicen la verdad: Jesús es “el Hijo de Dios”, es decir, es la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la naturaleza santísima de Jesús de Nazareth. Por lo general, nada podemos aprender de los demonios, puesto que en ellos todo es maldad y engaño; sin embargo, en este caso, en el que dicen la verdad, podemos aprender la lección: Jesús de Nazareth es el Hijo de Dios y esto mismo lo podemos aplicar a la Eucaristía, que es el mismo Jesús de Nazareth, por lo que podemos decir, postrados ante la Eucaristía: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”.

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