jueves, 13 de agosto de 2020

“Los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”

 

“Los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos” (Mt 20, 1-16). Jesús enseña la parábola del dueño de la vid que contrata a obreros a distintas horas del día, pagándoles a todos por igual. Para comprender esta parábola, es necesario reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, la viña es la Iglesia Católica; el dueño de la viña es Jesucristo, el Hombre-Dios; los jornaleros contratados en las primeras horas del día son los bautizados que, convertidos por la gracia, trabajan en la Iglesia desde muy temprana edad; los jornaleros contratados al final del día son las almas que vivieron toda su vida en el paganismo y recién al final de sus días se convirtieron al cristianismo; el denario con el que el dueño de la viña paga a los jornaleros es el Reino de los Cielos. Entonces, el pago del salario es el Reino de los cielos y el grado de gloria que el alma tendrá en el mismo. El enojo de los obreros que fueron contratados en las primeras horas del día y cobraron lo mismo que cobraron los que trabajaron recién a última hora, es la incomprensión, por parte de algunos bautizados, de la misericordia de Dios, que recompensa con el Reino de los cielos a todo aquel que acepte su Amor Misericordioso y lo ame con intensidad, en respuesta a este Amor Divino.

La parábola refleja esta realidad: puede suceder que un bautizado haya trabajado toda su vida en la viña del Señor, es decir, en la Iglesia, pero sin embargo, en el Cielo, obtiene un grado de gloria menor que un pagano que se convirtió recién al final de sus días, luego de haber pasado toda su vida en el paganismo. La razón de esta diferencia está en el amor con la que el alma responde al Divino Amor: tendrá mayor grado de gloria en el Cielo no quien haya estado más tiempo trabajando en la Iglesia, sino quien haya amado más a Dios en intensidad; es decir, cuanto más intenso sea el amor con el que el alma ama a Dios, tanto mayor será el grado de gloria que obtendrá en el Cielo. Un ejemplo nos puede aclarar las cosas: puede suceder que un bautizado pertenezca, desde su infancia, a una cofradía, a un movimiento, a una institución y, perseverando en la gracia, muere dentro de la Iglesia, pero en la otra vida, tiene un grado de gloria inferior, debido a que su amor a Dios no fue tan intenso; a su vez, puede suceder que un pagano haya vivido la casi totalidad de su vida terrena en el paganismo y que recién al final de su vida terrena conozca a Cristo Dios como su Salvador y, conociéndolo, lo ame con más intensidad que aquel bautizado que estuvo toda su vida en la Iglesia, pero su amor, comparativamente hablando, fue menos intenso: este pagano, que era último, tendrá un grado de gloria más alto que el bautizado que integró un movimiento católico toda su vida y por eso, éste último, que en teoría era primera, será último, porque su grado de gloria será menor.

“Los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”. Procuremos vivir en la gracia y en el Amor de Dios, para ser los últimos en esta vida y los primeros en la vida eterna.

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