domingo, 23 de agosto de 2020

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas…!”

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“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas…!” (Mt 23, 27-32). En su enfrentamiento con la casta sacerdotal y religiosa de su tiempo, Jesús continúa reprochándoles a estos y sacándoles en cara su hipocresía y falsedad. Esta vez, los compara con “sepulcros blanqueados” porque, al igual que estos, aparecen “hermosos por fuera”, pero por dentro están “llenos de huesos y podredumbre”, es decir, de “hipocresía y de maldad”. Jesús lee los corazones y las mentes de los hombres, porque Él es Dios y ante Él nada hay oculto y es por esto que puede ver cómo, mientras los fariseos y los escribas, con sus poses grandilocuentes y sus trajes religiosos que impresionan, parecen hombres santos y buenos a los ojos de los hombres, sin embargo a los ojos de Dios aparecen tal como son en la realidad, hombres malvados, cínicos, falsos, que utilizan la religión sólo como pretexto para dar cabida a sus más bajos impulsos.

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas…!”. Jesús no solo los acusa de ser como “sepulcros blanqueados” a causa de la malicia que hay en sus corazones, sino también de ser descendientes de asesinos de profetas, porque los juzga según sus mismas palabras: “Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, nosotros no habríamos sido cómplices de ellos en el asesinato de los profetas”.

“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas…!”. Los “ayes” de Jesús no van solo dirigidos a los escribas y fariseos de su tiempo: también se dirigen a nosotros, cristianos del siglo XXI, toda vez que olvidamos la esencia de la religión -la justicia, la misericordia y la fidelidad- y toda vez que pretendemos pasar por justos ante los demás, mientras escondemos malicia, falsedad, rapiña e hipocresía en el corazón. No nos engañemos, pensando que si podemos engañar a los hombres, podemos engañar a Dios: a los hombres es fácil engañarlos y es fácil, relativamente, para un cristiano, pasar por un hombre bueno y justo ante los demás, mientras esconde en su interior malicia y falsedad; pero es imposible engañar a Dios, por lo que debemos saber que nuestros corazones están ante Dios y que a su mirada no escapa ni la más ligera imperfección. Por esta razón, no solo debemos cuidarnos de no ser malos y falsos, sino incluso de ser imperfectos en la práctica de la religión, porque aun esta imperfección no pasa desapercibida a los ojos de Dios.

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