domingo, 30 de agosto de 2020

“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”

 


“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar” (Lc 5, 1-11). Pedro y sus compañeros han estado toda la noche pescando, pero no han conseguido nada; subido a la barca de Pedro, Jesús le da la orden de remar mar adentro y echar las redes; luego de hacerlo, recogen una gran cantidad de peces, en lo que se conoce como la “primera pesca milagrosa”. En esta escena, hay un sentido trascendental escondido en ella; para entender en su sentido evangélico esta escena, debemos reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, la barca de Pedro a la que sube Jesús es la Iglesia; Pedro es el Vicario de Cristo, el Papa; su fe es la fe de la Iglesia, la que todos debemos tener en Cristo Jesús; el mar es el mundo y la historia humana; los peces son los hombres; la red es Cristo, la Palabra de Dios encarnada; la pesca milagrosa es la acción apostólica de la Iglesia que obtiene el fruto de la conversión de las almas cuando está dirigida por Cristo; la pesca infructuosa, es la acción de la Iglesia que no está acompañada ni por la oración ni por la dirección de Cristo y su Espíritu y por eso se vuelve una acción infructuosa, en la que no hay conversión de las almas.

“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. También a nosotros nos da Jesús la misma orden: pescar almas, en el mar de la historia humana, para el Reino de Dios. Aunque parezca que nuestros esfuerzos son estériles, hagamos como Pedro quien, en contra de toda opinión humana echó las redes, llevado por su fe en la Palabra de Cristo, y sigamos adelante con nuestra actividad apostólica, confiados en que quien obra en la Iglesia, la Barca de Pedro, es Cristo Jesús con su Espíritu, y que será Él quien nos dé el fruto de la conversión de las almas.

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