domingo, 30 de agosto de 2020

“Cállate y sal de ese hombre”

 


“Cállate y sal de ese hombre” (Lc 4, 31-37). Estando en la sinagoga, Jesús realiza un exorcismo, utilizando el solo poder de su voz, liberando así a un hombre que estaba poseído por un espíritu inmundo. Según el P. Fortea, hay dos clases de demonios: los que podríamos denominar “hablantes”, que es el de este caso, y los demonios “mudos”, que están presentes en el cuerpo de la persona pero no se dan a conocer. En el caso de este demonio, como lo dijimos, se trata de un demonio hablante, es decir, un demonio que toma posesión del cuerpo y de las funciones sensoriales del poseso, para expresarse a través de estas funciones. Siendo un demonio hablante, es importante escuchar lo que dice, puesto que lo que dice confirma nuestra fe. El demonio, al ver a Jesús, habla por intermedio de las cuerdas vocales del poseso y dice: “¿Por qué te metes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé que tú eres el Santo de Dios”. Además de llamar a Jesús “nazareno”, por su lugar de origen, le dice: “Santo de Dios” y esto porque el demonio sabe que Jesús no es un simple hombre, sino el Hijo de Dios encarnado; el demonio reconoce, en la voz de Jesús de Nazareth, la voz del Dios que lo creó y que, luego de la prueba, lo condenó al Infierno eterno. Ahora bien, no solo reconoce la voz, sino que ante esta voz de Jesús, el demonio sale del poseso, obedeciendo a la voz de su Creador y temblando de espanto y de terror: “Entonces el demonio tiró al hombre por tierra, en medio de la gente, y salió de él sin hacerle daño”.

“Cállate y sal de ese hombre”. No solo el demonio reconoce en la voz de Jesús de Nazareth a la voz de Dios: también los presentes en la sinagoga se dan cuenta de que hay algo sobre-creatural, un poder divino, en la voz de Jesús, que hace que los demonios huyan espantados ante sola presencia: “¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos y éstos se salen”.

“Cállate y sal de ese hombre”. También a nosotros nos habla Jesús, no a través de la voz de un poseso, sino a través de la voz del sacerdote ministerial, invitándonos a recibirlo en nuestras almas, cada vez que dice: “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”. Reconozcamos la voz de Jesús que, por las palabras de la consagración, nos invita a recibirlo sacramentalmente en la Eucaristía y acudamos a comulgar, para que habite en nosotros el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo.

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