(Domingo
VI - TP - Ciclo C – 2016)
“El
que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y
haremos morada en él” (cfr. Jn 14,
29-39). Antes de su Pasión, en la Última Cena, Jesús hace diversas revelaciones:
que en Dios hay Tres Personas y que la Tercera Persona es el Espíritu Santo,
con lo cual Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas; que la Tercera
Persona, el Amor del Padre y del Hijo, será enviado por el Padre luego de que Él
muera en la cruz y que el Espíritu Santo “les enseñará todo y les recordará lo
que les he dicho”; revela también cuál es la causa última por la que Él ha
venido de este mundo para sufrir su Pasión y Muerte en cruz, y es el don del
Amor de Dios, el Espíritu Santo, que hará que el Padre y el Hijo moren en el
corazón de quien ame a Jesús y cumpla sus mandamientos: “El que me ama será
fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”.
Son
todas revelaciones de carácter sobrenatural, todas las cuales no serían nunca
posibles de conocer por la sola razón humana, puesto que son verdades que sólo
las conoce Dios y sólo Dios puede darlas a conocer, aunque también es cierto que
sólo Dios puede hacer que no solo sean conocidas, sino amadas en cuanto tales,
en cuanto verdades sobrenaturales, es decir, verdades que se encuentran en Dios
y que se refieren a Dios.
El
pasaje es uno de los pasajes centrales de la fe católica desde el momento en
que la constituye como fe propia de la Iglesia Católica, enseñadas y creídas
sólo por la Iglesia Católica y que determinan profundamente nuestra vida de fe,
por lo que también guiar –o al menos, deberían hacerlo- nuestra vida de
oración y nuestra vida cotidiana hacia una vida de santidad cada vez mayor.
¿De
qué manera estas verdades divinas reveladas por Jesús, determinan nuestra vida
de oración, de fe y la vida de todos los días?
Ante
todo, Jesús revela que Dios es Uno y Trino al señalar que hay Tres Personas en
Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Esto significa que el
católico no cree en un Dios meramente Uno y que la semejanza en la fe en Dios
Uno con otras religiones monoteístas comienza y termina ahí, en que Dios es
Uno: el católico cree que Dios es Uno y Trino, es decir, Uno en naturaleza y
Trino en Personas y que, al haber Personas Divinas en Dios, esas Divinas
Personas conocen y aman, es decir, se pueden establecer relaciones de tipo
interpersonal con estas Divinas Personas, de un modo análogo a como se
establecen las relaciones interpersonales entre las personas humanas. Esto quiere
decir también que el católico cree en un Dios a cuyas Divinas Personas se las
puede hablar y se puede con ellas dialogar; significa que a esas Divinas
Personas se las puede amar, así como se ama a las personas humanas y los
ejemplos de santos que han establecido relaciones personales con las Tres
Divinas Personas, abundan a lo largo de la historia de la Iglesia; sólo por
mencionar, Santa Isabel de la Trinidad y la Sierva de Dios Francisca Javiera
del Valle. Esta verdad de Dios como Trinidad de Personas, con las cuales se
puede establecer un vínculo de fe y de amor, es incompatible con las creencias
de la Nueva Era, que niegan la existencia de una Trinidad de Personas en Dios y
que afirman que si hay algo a lo que se puede llamar “divinidad”, esta
divinidad es una especie de energía cósmica impersonal, de la cual el hombre es
sólo una parte de la misma. La incompatibilidad de estas creencias neo-paganas
es evidente, desde el momento en que, como se puede ver, con una energía impersonal
es imposible establecer relaciones interpresonales. Es aquí entonces en donde
radica la incompatibilidad de las creencias orientales –yoga, reiki, Lilah,
budismo, hinduismo, sincretismo, panteísmo, etc.- con la fe católica y que practicar
estas creencias, propias de la Nueva Era, supone necesariamente abandonar la fe
católica, en la teoría y en la práctica.
La
otra verdad que revela Jesús, propia de la fe católica, es la de la
inhabitación trinitaria en el alma: es decir, Jesús revela no solo que Dios es
Uno y Trino, sino que las Tres Divinas Personas “hacen morada” en el alma en
gracia, es decir, en el alma que, iluminada por la gracia, ame al Padre y al
Hijo: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a
él y haremos morada en él”: esto quiere decir que, el que ama a Jesús y cumple
sus mandamientos –por ejemplo, amar al enemigo, cargar la cruz todos los días y
seguirlo-, es porque ya está en él el Espíritu Santo, y es el Espíritu Santo el
que convierte el cuerpo del alma fiel en su templo más preciado (cfr. 1 Cor 6, 19) y el alma en morada
celestial, y tan hermosa, que el Padre y el Hijo deciden dejar los cielos en
donde habitan –por así decirlo- para ir a “hacer morada” en el alma de aquel
que los ama: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos
a él y haremos morada en él”.
Otra verdad que Jesús
revela es que la Tercera Persona de la Trinidad, el Amor Divino, será enviado por
el Padre y por Él para que “les enseñe y recuerde todo lo que Él ha dicho”, es
decir, Jesús revela las funciones del Espíritu Santo en el alma y en la
Iglesia: enseñar y hacer recordar lo que Jesús hizo y dijo, que son estas
verdades de carácter sobrenatural, porque son verdades que ninguna creatura –ni
ángel ni hombre alguno- es capaz de alcanzar por sí mismas, por lo que
necesitan ser reveladas, como lo hace Jesús, pero además necesitan ser “enseñadas
y recordadas”, que es lo que hace el Espíritu Santo. Precisamente, cuando no es
el Espíritu Santo el que enseña estas verdades, la razón humana, sin la luz del
Espíritu de Dios, reduce todas estas verdades a su estrecha capacidad y
convierte el Evangelio en un método de auto-ayuda, o lo contamina con ideologías
totalmente extrañas al Evangelio, y es así como surgen los cismas y las
herejías dentro de la Iglesia.
“El
que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y
haremos morada en él”. Por último, la fe trinitaria del católico debe,
necesariamente, manifestarse en su fe y en su oración -debe creer en las Tres
Divinas Personas y rezar a las Tres Divinas Personas- y, para ser
verdaderamente fe, debe manifestarse en obras (cfr. 2 Sant 18), porque las obras son la señal de que se cree en
Jesucristo, Dios Hijo, que es igual al Padre –“El que me ve, ve al Padre” (cfr.
Jn 14, 9)- y que es Quien, con el
Padre, envía el Espíritu Santo, el Amor de Dios, al corazón del fiel, para que
sea este Amor Divino el que, a su vez, atraiga al Padre y al Hijo para que “hagan
morada” en él. Es decir, el que es fiel a las palabras de Jesús, el que cumple
sus Mandamientos, es amado por el Espíritu Santo y el Espíritu Santo, viviendo
en él, convierte su cuerpo en su templo y el corazón en una morada tan
agradable a Dios, que el Padre y el Hijo deciden dejar los cielos para ir a morar
en el alma del que vive en gracia. Es por esto que decimos que la fe en Dios Trino debe guiarnos a una vida de santidad cada vez mayor.
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