martes, 2 de abril de 2019

“El Padre resucita a los muertos y el Hijo da vida a los que quiere"



“El Padre resucita a los muertos y el Hijo da vida a los que quiere (…) Los judíos tenían ganas de matarlo, porque llamaba a Dios Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn 5, 17-30). Entre otras cosas, en este Evangelio se destaca lo siguiente: por un lado, Jesús se auto-revela como Dios Hijo, es decir, como la Segunda Persona de la Trinidad, igual en poder y majestad que el Padre. La forma de demostrar que Él es Dios como el Padre, es haciendo una analogía con las obras del Padre y las suyas: así como el Padre resucita a los muertos –los numerosos muertos resucitados por Jesús a lo largo del Evangelio-, así Él “da vida a los que quiere”: esto último lo hace por medio de la entrega de su Cuerpo y su Sangre en la Sagrada Eucaristía, porque la vida que da Jesús es la Vida divina, la Vida eterna de Dios, que es la Vida Increada que es Él mismo.
Lo otro que se destaca es la malicia de los judíos, porque quieren literalmente “matar” a Jesús, aun cuando lo único que hace Jesús es revelar la Verdad acerca de Dios: Dios es Uno y Trino, el Padre es el Origen Increado y Eterno de la Trinidad y Él procede del Padre, no por creación, sino por generación, expirando ambos, desde toda la eternidad, a Dios Espíritu Santo, el Divino Amor. Es incomprensible que quieran matar a Jesús por el solo hecho de revelar la Verdad acerca de Dios, que es Uno y Trino.
“El Padre resucita a los muertos y el Hijo da vida a los que quiere”. Cada vez que recibimos la Sagrada Eucaristía en estado de gracia, recibimos un milagro infinitamente más grande que la resurrección de un muerto, porque recibimos la Vida absolutamente divina, celestial, eterna, del Hijo de Dios, oculto en la Eucaristía y esto es un don que debemos agradecer en todo tiempo, porque demuestra cuánto nos ama Jesús, con un Amor personal, tal como lo dicen sus palabras: “El Hijo da vida a los que quiere, a los que ama”.


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