jueves, 17 de diciembre de 2020

“Mi alma glorifica al Señor”

 


“Mi alma glorifica al Señor” (Lc 1, 46-56). La Virgen entona el “Magnificat”, el poema con el cual glorifica a Dios y la razón es la inmensidad de prodigios que Dios ha obrado en su alma. En el Magníficat, además de una acción de gracias por los dones con los que Dios la ha colmado, hay una descripción de la infinidad de perfecciones que hay en Dios, con lo cual nos permite conocer un poco más a ese Dios a quien la Virgen glorifica.

Ante todo, es la virtud de la humildad –a la que se opone el pecado de soberbia, el pecado luciferino por antonomasia- lo que atrae la mirada de Dios Trinidad sobre el alma de María Santísima, quien se llama a sí misma “esclava”, siendo como es, la Madre Virgen de Dios Hijo encarnado: “Mi alma glorifica al Señor/y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador,/porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.

Las magníficas obras de gracia y de toda virtud con las que Dios ha adornado a María Santísima, serán motivo de gozo y de admiración por parte de todas las generaciones, que la llamarán “dichosa” por ser la Elegida del Señor: “Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,/porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede”.

El Nombre de Dios es Santo –en realidad, Tres veces Santo, porque Santo es el Padre, Santo es el Hijo y Santo es el Espíritu Santo- y porque es Santo, es Misericordioso, una misericordia que se derrama incontenible sobre generaciones de generaciones de hombres que lo aman: “Santo es su nombre,/y su misericordia llega de generación en generación/a los que lo temen”.

Dios Uno y Trino, al tiempo que enaltece a los humildes –porque los humildes lo imitan a Él, que es la Humildad Increada y participan de esta humildad-, “derriba a los poderosos” de sus tronos, estén estos en el Cielo, como hizo con el Ángel caído, a quien hizo precipitar desde lo alto del Cielo a lo más profundo del Infierno, o estén en la tierra, porque humilló a favor de Israel a los reyes poderosos terrenos que se oponían al Pueblo Elegido: “Ha hecho sentir el poder de su brazo:/dispersó a los de corazón altanero,/destronó a los potentados/y exaltó a los humildes”.

A los que tienen “hambre y sed de justicia, los sacia y los colma de bienes, mientras que a los soberbios y engreídos, pagados de sí mismos, son despedidos “con las manos vacías”: “A los hambrientos los colmó de bienes/y a los ricos los despidió sin nada”.

Dios es Justicia Infinita, pero también es Misericordia Infinita y es en virtud de esta misericordia que no olvida de su pueblo Israel, aun cuando éste sí lo olvide y vaya en pos de ídolos y esta misericordia permanece para siempre, es eterna, porque es eterno su Amor: “Acordándose de su misericordia,/vino en ayuda de Israel, su siervo,/como lo había prometido a nuestros padres,/a Abraham y a su descendencia,/para siempre’’.

Así como la Virgen entona el Magnificat glorificando a Dios Uno y Trino por todos los dones y gracias con que ha colmado su alma, así el alma en gracia debe entonar también el Magníficat, porque estando en gracia, tiene el Sumo Bien, que es Dios, en esta vida y en la eternidad.

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