“Los
judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre”
(Jn 5, 17-30). Jesús revela de sí
mismo su condición de Dios Hijo, procedente del Padre, consubstancial al Padre –y
por lo tanto al Espíritu Santo- y, por lo tanto, revela la armonía que existe
en las Tres Divinas Personas, en el querer ad
intra y en el obrar ad extra: “Les
aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve
hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”. Esta unidad
en la acción, que se deriva de la participación de la misma naturaleza divina y
del mismo Acto de Ser divino trinitario por parte de las Tres Divinas Personas,
refleja la perfección infinita de Dios Trinidad: si hubiera disenso entre las
Divinas Personas, Dios no sería tal, porque no sería perfecto. Afirmar lo
contrario, es decir, afirmar división y disensión al interno de la Trinidad, es
una falsedad y una herejía.
“Lo
que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”: lo que es una Verdad revelada,
y por lo tanto, fuente de alegría y gozo para los hombres, que descansan de sus
tribulaciones con la seguridad de que Dios Trino crea y conduce el universo
hacia la final santificación, constituye para los judíos por el contrario una
blasfemia, porque rechazan la Trinidad en Dios, permaneciendo en la revelación
de Dios como meramente Uno y no Trino y por ese motivo buscan matar a Jesús: “Los
judíos querían matarlo porque se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre”.
“Lo
que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo”. La Creación –en el Génesis-, la
Redención –en el Calvario-, la santificación y purificación –en Pentecostés- es
obra de un mismo Dios, que es Trinidad de Personas, que crea, redime y
santifica, y gobierna el mundo, desde la Creación, hasta el Apocalipsis, hasta
la renovación total del mundo en el Espíritu Santo, cuando creará el “cielo
nuevo y tierra nueva”. No hay ni un segundo de la historia, de la humanidad y
del hombre, en que Dios Trino no esté Presente con su Querer, su Amor y su
Obrar conjunto y armónico en sus Tres Divinas Personas. Y si esto es válido
para el universo creado, visible e invisible, lo es aún más para la obra
maestra de la Trinidad, la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del
Sacrificio de Jesús en la Cruz:
“Mi
Padre trabaja y Yo también trabajo”. La Trinidad de Personas trabaja en la obra
de nuestra redención y santificación, todos los días, haciendo que el
sacrificio de la Cruz nos sea accesible a todos los hombres de todos los
tiempos y lugares, por la Santa Misa. No hagamos vano el trabajo de la
Trinidad, no desperdiciemos ni despreciemos su obra maestra, el santo
sacrificio del altar y aprovechémoslo cada vez que nos sea posible, no sea que
lo lamentemos cuando ya sea demasiado tarde.
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