miércoles, 26 de mayo de 2021

Solemnidad de la Santísima Trinidad


 

(Ciclo B – 2021)

         En el Antiguo Testamento, el Pueblo Elegido era el único que poseía la verdad acerca de Dios, puesto que era el único que creía en un Dios Uno, en tanto que la totalidad de los demás pueblos y naciones eran paganos o politeístas. Es decir, los judíos, antes de la llegada Cristo, eran los poseedores acerca de la realidad y de la verdad sobre Dios: era Uno y no muchos dioses, había creado el mundo y había prometido el envío de un Mesías, de un Redentor de la humanidad.

         En la plenitud de los tiempos, cuando se produce la Encarnación del Verbo de Dios en el seno de María Virgen, Jesús revela la Verdad última, plena y total acerca de Dios: no sólo es Dios Uno, sino que además es Trino, puesto que en Él hay Tres Personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; revela que la Segunda Persona de la Trinidad es Él, que se ha encarnado en una humanidad, la humanidad santísima de Jesús de Nazareth y que por lo tanto Él es el Mesías que Dios Uno había prometido enviar para rescatar a Israel. Jesús revela lo que se consideran “misterios absolutos” de Dios, esto es, que precisamente Dios es Uno y Trino: esto es una verdad que la creatura humana, ni la angélica, puede deducir por sí misma, porque se trata de la constitución última e íntima de Dios, del Ser divino de Dios, que es trinitario, de su naturaleza divina, que es trinitaria. Ni el hombre, ni el ángel, pueden saber, por la sola deducción de sus intelectos, que en Dios Uno hay Tres Personas distintas, iguales en majestad, honor y poder y que no por eso son tres dioses, sino un solo Dios en Tres Personas distintas.

         Es esto lo que Jesús revela, que Dios es Uno y Trino y que Él es la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo de Dios, que se ha encarnado en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth y que ha venido para salvar, no solo a Israel, sino a toda la humanidad, de la triple esclavitud en la que está inmersa: el Demonio, el Pecado y la Muerte. Pero como los judíos no tienen la luz del Espíritu Santo, porque rechazan obstinadamente las obras, las enseñanzas y la Persona de Jesús, rechazan también la Divina Revelación que hace Jesús acerca de Dios Trinidad y rechazan también que Jesús sea el Hijo de Dios encarnado y es por eso que lo tratan de mentiroso, de blasfemo, de alguien que ha perdido la razón y es por eso que lo llevan a juicio, un juicio inicuo, porque no encontraron nada malo en Él, ni lo podían encontrar, y lo condenaron a muerte. En otras palabras, el hecho de que nosotros, católicos, sepamos que Dios es Uno y Trino y que la Segunda Persona se ha encarnado en Jesús de Nazareth y que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, esas verdades absolutas acerca de Dios y los misterios de su salvación, le costaron la vida y muerte en Cruz a Nuestro Señor Jesucristo.

         Entonces, con la Primera Venida de Nuestro Señor Jesucristo, el Dios Uno de los judíos se auto-revela como Uno y Trino, como Uno en Ser y Naturaleza, pero en Trinidad de Personas, sin ser por ello tres dioses, sino Tres Personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, todas poseedoras del mismo Ser divino trinitario y la misma naturaleza divina trinitaria. La revelación de Jesús, que es la auto-revelación de Dios en la Persona del Hijo, no solo modifica el conocimiento acerca de Dios, sino que también modifica al Pueblo de Dios, porque a partir de Jesús hay un Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, que peregrinan por el desierto de la historia humana hacia la Jerusalén celestial. A partir de la revelación de que Dios es Uno y Trino, también el destino del ser humano ha cambiado para siempre: ya no es más la muerte, la desolación y la tristeza, sino que nuestro destino es llegar al seno del Padre, unidos al Hijo, por el Amor del Espíritu Santo.

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