(Domingo
de Ramos en la Pasión del Señor - Ciclo B – 2021)
Jesús ingresa a Jerusalén “montado en un borrico”, tal como
lo habían anticipado los profetas y en su ingreso, es aclamado por todos los
habitantes de Jerusalén, quienes entonan cánticos de alegría a su paso, le
tienden mantos y lo saludan con palmas. En esa multitud se encuentran todos los
habitantes de Jerusalén, sin exceptuar ninguno, porque todos quieren aclamar y
alabar a Quien les ha concedido algún milagro: a algunos una curación, a otros
la resurrección, a otros los ha exorcizado, expulsando a los espíritus
malignos. Todos los habitantes de Jerusalén, sin excepción, han recibido dones,
gracias y milagros de parte de Jesús y es por eso que todos, sin excepción –niños,
jóvenes, adultos, ancianos-, han acudido a las puertas de Jerusalén, para
celebrar la llegada de Aquel a quien ahora, el Domingo de Ramos, reconocen como
al Mesías, como al Enviado de Dios para el Pueblo Elegido.
Sin embargo, este clima de alegría desbordante y
generalizada cambiará en pocos días cuando, el Viernes Santo, después de haber
sido apresado y enjuiciado y condenado a muerte por medio de calumnias y
mentiras, Jesús sea expulsado de la Ciudad Santa, por los mismos que el Domingo
lo recibieron con alegría. Es decir, mientras el Domingo de Ramos lo reciben
con palmas y cánticos de alabanza y lo reconocen como al Mesías, el Viernes
Santo lo expulsan de Jerusalén, sentenciado a muerte de cruz, acusándolo de
blasfemo y de mentiroso, por intentar suplantar a Dios, haciéndose pasar por
Dios. Todos los habitantes de Jerusalén, todos los que habían recibido de Jesús
un milagro, una gracia, un don, están ahí, el Viernes Santo, para expulsar a
Jesús de la Ciudad Santa y para acompañarlo a lo largo del Via Crucis, del Camino del Calvario, no para ayudarlo a llevar la
cruz, sino para insultarlo, apedrearlo y golpearlo con puños, trompadas y
puntapiés.
¿Cómo se explica tan inmenso cambio en la actitud de los
habitantes de Jerusalén? No se explica sólo por la ingratitud humana: la explicación
última es de orden espiritual y está en lo que la Escritura llama el “misterio
de iniquidad”, es decir, el misterio de maldad y falsedad en el que está
inmersa la humanidad desde la caída de Adán y Eva al cometer el pecado
original. Esto es lo que debemos ver entonces, en la actitud de los habitantes
de Jerusalén: la presencia y actividad del misterio de iniquidad, esto es, del
pecado, en el corazón del hombre.
Pero hay otro elemento que podemos ver y es el siguiente:
tanto el Domingo de Ramos como el Viernes Santo, prefiguran los diversos
estados espirituales del alma. En efecto, el Domingo de Ramos, en el que los
habitantes de Jerusalén están felices por la llegada de Jesucristo, se
representa al alma que posee la dicha y la alegría que le concede la gracia de
Dios; en el ingreso de Jesucristo a Jerusalén, se representa el ingreso de
Cristo al alma por medio de la gracia sacramental y también por la fe; la
Ciudad Santa, la ciudad de Jerusalén, representa el alma humana, destinada a la
santidad, para ser morada de Dios Uno y Trino; los habitantes de Jerusalén, que
han recibido multitud de dones y gracias por parte de Jesús, representan a las
almas que han recibido, a lo largo de la historia, innumerables dones y gracias
de parte de Cristo, por medio de su Iglesia.
¿Qué representa el Viernes Santo? El Viernes Santo, día en
el que Cristo es expulsado de la Ciudad Santa, día en el que la Ciudad Santa,
por libre decisión, se queda sin Cristo, representa al alma que, por el pecado –sobre
todo el pecado mortal- rechaza a Cristo y su cruz y lo expulsa, libre y
voluntariamente, de sí misma, puesto que esto es lo que significa el pecado, la
expulsión de Cristo del alma; el Viernes Santo es día también de oscuridad
espiritual –simbolizada en el eclipse total de sol luego de la muerte de Jesús
en la cruz-, porque si Cristo, que es Luz Eterna, es expulsado del alma,
entonces el alma no solo se queda sin la luz de Cristo, sino que es envuelta en
tinieblas, pero no en las tinieblas cosmológicas, como las de un eclipse, sino
en las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, los demonios y es esto lo que
sucede cuando el alma comete un pecado mortal.
Por último, debemos reflexionar cuál de las dos ciudades
santas queremos ser: si la del Domingo de Ramos, en la que reina la alegría
porque Jesús ingresa al alma y es reconocido como Dios, como Mesías y como Rey
y es cuando el alma está en gracia santificante, o la del Viernes Santo, en la
que Cristo es expulsado por el pecado, quedando el alma inmersa en las
tinieblas vivientes, los demonios. Lo que elijamos ser, eso se nos dará, según
lo dice el mismo Dios en las Escrituras: “Pongo ante ti la vida y la muerte, la
bendición y la maldición. Elige la vida –Cristo Dios en la Eucaristía- para que
vivas tú y tu descendencia” (cfr. Deut
30, 19).
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