“Zaqueo,
bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Cuando Zaqueo, un
hombre rico y con un alto cargo como funcionario, porque era jefe de
publicanos, se entera de la llegada de Jesús a la ciudad donde él vivía,
Jericó, se apresura para salir a buscarlo y al menos poder verlo. Zaqueo había
escuchado hablar de Jesús, de su sabiduría, de sus milagros, del anuncio que Él
hacía de la llegada del Reino de Dios y estaba muy interesado en conocer a
Jesús. Sin embargo, se encuentra con la dificultad de que, por un lado, había
una gran multitud alrededor de Jesús, lo cual dificultaba su llegada hasta Él;
además, Zaqueo era de baja estatura, lo cual le impedía todavía más la visión. Pero
Zaqueo no se da por vencido y decide subirse a un árbol, para así poder
contemplar a Jesús. Ahora bien, Jesús, que es Dios en Persona, sabe bien no
sólo que Zaqueo está arriba del árbol para verlo, sino que además conoce la
profundidad del corazón de Zaqueo, que desea recibirlo a Él y apartarse del
pecado, de todo lo que lo separe de Dios. Por esta razón, Jesús llama a Zaqueo
y le dice que quiere almorzar en su casa. Una vez dentro de la casa de Zaqueo,
la acción de la gracia de Jesús convierte totalmente el corazón de Zaqueo y
esta conversión lo lleva a desprenderse de los bienes materiales para
compartirlos con quienes lo necesitan, además de estar dispuesto a devolver
cuatro veces más a quien él le hubiera retenido sus bienes de forma ilícita.
Jesús se alegra por la conversión de Zaqueo y es por eso que dice que “la salvación
ha llegado a esta casa”, a la casa de Zaqueo, porque Zaqueo ha aceptado de todo
corazón la gracia santificante de Jesús y ha empezado por desprenderse de los
bienes materiales, para así poder ingresar en el Reino de los cielos.
“Zaqueo,
bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. En cada Santa Misa,
Jesús, más que entrar en una ciudad, baja de cielo para quedarse en la
Eucaristía y para así ingresar, por la Comunión Eucarística, en nuestros
corazones, en nuestras casas espirituales, para colmarnos de su gracia, de sus
dones, de su Amor infinito y eterno. En este sentido, Zaqueo es el ejemplo
perfecto y el modelo a imitar para recibir a Jesús Eucaristía: recibiendo a
Jesús con amor y dejando de lado todo lo que nos aparte de Él.
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