“La salvación ha llegado a
esta casa” (Lc 19, 1-10). La entrada
de Jesús en casa de Zaqueo redunda en algo inesperado desde el punto de vista
humano, puesto que Zaqueo, conocido por ser “pecador”, tal como murmuran todos:
“Se ha ido a alojar en casa de un pecador”, ni era discípulo de Jesús, ni se
preocupaba de los pobres, ni de aquellos a los que eventualmente hubiera podido
perjudicar de una manera u otra. En otras palabras Zaqueo, antes de la entrada
de Jesús en su casa, no ha convertido su corazón, y sí lo hace después de la entrada de Jesús.
Esto sucede porque Jesús no
deja indiferente a quien se encuentra con Él: por su condición de Hombre-Dios,
concede la conversión radical del corazón; Jesús no da consejos meramente
morales, ni provoca simples cambios conductuales; el hecho de que Zaqueo
se decida a dar la mitad de sus bienes a los pobres, y a devolver cuatro veces
más a quien haya podido perjudicar, no se debe a que, deslumbrado por las
enseñanzas religiosas de un rabbí
hebreo ha decidido cambiar de conducta y de comportamiento: se debe a que Jesús
le ha iluminado con su gracia en lo más profundo de su corazón, en la raíz
última de su ser metafísico, en su acto de ser, y le ha concedido el poder ver
el sentido último de esta vida, que no es el enriquecimiento, ni el ascenso
social, ni el pasarla bien, ni el ser reconocido por los hombres, sino el obrar
la misericordia para con los más necesitados, de modo de alcanzar un lugar en la Jerusalén celestial.
Jesús le ha hecho ver, con
la gracia de la conversión, que esta vida se termina, indefectiblemente, en
pocos o en muchos años, pero que se termina, y que luego de esta vida vienen la
muerte, el juicio particular, y el destino eterno, de alegría, amor y
felicidad, o de dolor, de odio y de horror, según las obras realizadas, porque
Dios, infinitamente Justo, no puede dejar de dar a cada uno lo que cada uno
elige con sus obras. La gracia de la conversión de Jesús a Zaqueo le permite
darse cuenta que su prójimo no es alguien a quien se puede usar a placer, sino
un hermano en Cristo sin el cual nadie podrá salvarse, y es por eso que Zaqueo
dona la mitad de sus bienes y decide dar cuatro veces más a quien hay
perjudicado.
El hecho que Jesús entre en
la casa de Zaqueo significa entonces un cambio radical en su vida, ya que a
partir de su encuentro con Jesús, Zaqueo convertirá su corazón y salvará su
alma, hecho profetizado por Jesús: “La salvación ha llegado a esta casa”.
Pero no solo Zaqueo es el
destinatario de la gracia de la conversión; también a nosotros Jesús nos dice:
“Quiero hospedarme en tu casa”, pero como no podemos hacer entrar físicamente a
Jesús en nuestros hogares materiales, sí podemos en cambio hacerlo entrar
físicamente, en su Presencia corpórea resucitada, y con su Acto de Ser divino,
en nuestro corazón, por la comunión eucarística. Por lo tanto, al comulgar, es
decir, al hacer entrar a Jesús en nuestra casa que es nuestra alma, le decimos:
“Señor, entra en mi casa, en mi alma, y dame la gracia de la conversión, para
que pueda comprender que esta vida se acaba pronto, y que lo único que tiene
valor ante tus ojos son las obras de misericordia obradas a favor de mi
prójimo. Entra en mi casa, en mi corazón, por la Eucaristía, dame la
gracia de la conversión, y yo seré salvo”.
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