“Si
yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, es porque ha llegado a ustedes el
Reino de Dios” (Lc 11, 14-23). Las palabras
de Jesús nos dejan muchas enseñanzas: por un lado, nos enseña que Él, en cuanto
Hombre-Dios, es el Sumo y Eterno Sacerdote, quien con su omnipotencia divina
expulsa a los demonios con el solo poder de su voz. En efecto, en la voz humana
de Jesús de Nazareth, los demonios reconocen la voz del Dios Uno y Trino que
los creó, que los puso a prueba luego de su creación y que los condenó en el
Infierno luego de que éstos se rebelaran contra su voluntad. Por otra parte,
nos enseña que el exorcismo, esto es, la expulsión de un demonio que ha tomado
posesión de un cuerpo humano, es una señal de que el Reino de Dios está
presente entre los hombres y esto nos conduce directamente a la Iglesia
Católica, porque quien continúa con el trabajo de exorcismo, es la Iglesia
Católica, por medio de sus sacerdotes ministeriales. Esto significa que la
Iglesia Católica es, en sí misma, un signo no solo de la existencia, sino de la
presencia del Reino de Dios ya en la tierra, en la historia humana. Este Reino
de Dios irá creciendo a medida que se acerque el fin de los tiempos, puesto que
en el Día del Juicio Final, desaparecerá esta tierra y terminarán el tiempo y
la historia humana, para dar inicio a la eternidad de Dios y su Reino.
Por
último, otra enseñanza que nos deja este Evangelio es la existencia de dos
tipos de demonios, los demonios “hablantes” y los demonios “mudos”: los “hablantes”
son demonios que se expresan con gritos, aullidos, blasfemias, voces guturales,
utilizando los órganos del cuerpo del poseso y así se dan a conocer; los “mudos”,
como el del Evangelio, son demonios que no se manifiestan sensiblemente y que por
eso mismo parecería que no están en el poseso, pero sí lo están. Como sea, el
poder de Nuestro Señor Jesucristo, que es la fuerza omnipotente de Dios
Trinidad, expulsa a cualquier clase de demonio, sea “hablante” o “mudo”.
“Si
yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, es porque ha llegado a ustedes el
Reino de Dios”. Si los exorcismos de Jesús en su tiempo, son indicativos de la
presencia del Reino de Dios entre nosotros, la acción exorcista de la Iglesia
Católica es también señal de que el Reino de Dios ha llegado a nosotros.
Pertenecer a la Iglesia Católica es, por lo tanto, pertenecer al Reino de Dios.
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