“Si
otro viniera en nombre propio, a ése sí lo recibirían” (Jn 5, 31-47). Jesús les reprocha a los judíos su incredulidad,
porque no creen en Él como Dios Hijo, enviado por el Padre y para demostrarles
el grado de ceguera espiritual en el que están inmersos, da un argumento irrefutable
acerca de su divinidad: si no le creen a Él, al menos deben creer en sus obras,
porque esas obras que Él realiza, son obras propias de Dios y no de un hombre. Por
eso dice Jesús: “Yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el
Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí
y me acreditan como enviado del Padre”. Y luego lo vuelve a repetir: quien da
testimonio de Él es el Padre, porque Él realiza obras que sólo el Padre puede
hacer, lo cual demuestra que Él es el Hijo de Dios en Persona. Si no fuera Dios
como el Padre, entonces no podría hacer las obras que hace y que testimonian su
divinidad. ¿Cuáles son estas obras, que dan testimonio de que Jesús es Dios
Hijo encarnado, el Hijo del Padre Eterno? Sus obras son los milagros que hace:
resucitar muertos, curar enfermedades instantáneamente, expulsar demonios con
el solo poder de su voz, multiplicar la materia, como en milagro de los panes y
los peces y así como estos, muchos otros más. Todos estos milagros no podrían
ser hechos si Jesús fuera solamente un hombre santo -como afirman los protestantes-, un profeta del cielo -como afirman los musulmanes-, pero
sólo un hombre. Si Jesús se auto-proclama como Dios y hace obras que sólo Dios
puede hacer, entonces Jesús es quien dice ser: el Hijo de Dios encarnado y su
Padre no es San José, sino el Padre Eterno. Por esto Jesús les reprocha a los
judíos su incredulidad: porque viendo como ven, en persona, los milagros que Él
hace, no le creen y no solo no le creen, sino que lo tratan de blasfemo, de
poseso, de mentiroso, todas acusaciones que luego se repetirán en el juicio
inicuo cuando Jesús sea arrestado y dé inicio a su Pasión.
“Si
otro viniera en nombre propio, a ése sí lo recibirían”. El reproche de Jesús es
que no le creen a Él, ni siquiera viendo sus obras milagrosas, pero si viniera
otro, en nombre propio, a ése sí le creerían y es lo que sucedió, sucede y
sucederá hasta el fin de los tiempos, esto es, la aparición de falsos cristos,
de prefiguraciones y anticipos del Anticristo que se manifestará antes del
Juicio Final. Ahora bien, el reproche dirigido a los judíos, también es
dirigido a los católicos, a los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, porque
muchos –muchísimos- católicos, viendo los milagros que hace Jesús a través de
su Iglesia –el principal de todos, su Presencia sacramental en la Eucaristía-,
aun así, no solo dudan de la divinidad de Cristo, sino que abandonan la
Iglesia, cometiendo el pecado de apostasía, tal como hizo Judas Iscariote
cuando, después de traicionarlo, abandonó el Cenáculo para entregarse del todo
a Satanás. En otras palabras, Jesús anticipa proféticamente lo que estamos
viviendo en el siglo XXI: por un lado, la apostasía dentro de la Iglesia
Católica; por otro lado, el surgimiento de falsos cristos, de numerosos anti-cristos
que, amparados por la secta luciferina de la Nueva Era, se hacen pasar por el
Verdadero Cristo. Muchos católicos cometen el mismo pecado de incredulidad de
los judíos: luego de recibir el Catecismo de Primera Comunión y luego de
comprobar cómo la Iglesia Católica realiza un milagro que sólo la Verdadera
Iglesia de Dios puede hacer, como la transubstanciación del pan y del vino en
el Cuerpo y la Sangre de Cristo, a pesar de esto, abandonan la Iglesia Católica
para ingresar en sectas evangélicas o, peor aún, entregarse en manos de curanderos, de brujos, de satanistas, de ocultistas. Por eso el
reproche de Jesús va dirigido no sólo a los judíos de su tiempo, sino también a
nosotros, los católicos, para que no seamos incrédulos y creamos que Él es
quien dice ser: Cristo Dios en la Eucaristía. No seamos incrédulos y creamos firmemente en Cristo Dios Presente en Persona en la Eucaristía.
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