“¡Es
un fantasma!” (Mt 14, 22-36).
Mientras los discípulos se dirigen en la barca de una orilla a la otra, Jesús,
que se había quedado en tierra firme, se acerca a ellos caminando sobre el
agua. Los discípulos no solo no lo reconocen, sino que lo confunden con un
fantasma, al punto que comienzan a dar “gritos de terror”. Jesús los
tranquiliza, diciéndoles que es Él y que por lo tanto nada deben temer: “Tranquilícense
y no teman. Soy yo”. El episodio del Evangelio muestra, por un lado, un milagro
de Jesús, puesto que el caminar sobre las aguas es un prodigio que supera las
fuerzas de la naturaleza y demuestra que Jesús es Dios, al suspender la ley de
la física y de la gravedad que determinan que un cuerpo pesado, como el cuerpo
humano, se hunde al ingresar el mar y que por lo tanto es imposible que un ser
humano camine sobre las aguas como lo hace Él. El otro aspecto que puede
comprobarse en este Evangelio es la falta de fe y de conocimiento en Jesús, que
también es falta de amor hacia Él, por parte de los discípulos. En efecto, ellos
conocen a Jesús, tratan con Él diariamente, reciben sus enseñanzas, son
testigos de sus milagros y sin embargo, al verlo caminar sobre las aguas,
sorprendentemente reaccionan como si no lo conocieran y además lo confunden con
un fantasma: “¡Es un fantasma!”, exclaman aterrorizados. Es decir, el hecho de
que confundan a Jesús con un fantasma, no deja de ser llamativo, porque ellos
deberían haberlo reconocido al instante, al ser sus discípulos y, en teoría,
ser quienes más conocen y aman a Jesús. Este desconocimiento de Jesús puede
explicarse porque, en el fondo, a los discípulos les falta más conocimiento y
amor de Jesús.
“¡Es
un fantasma!”. Así como los discípulos confunden a Jesús con un fantasma, así
también hoy, en la Iglesia, muchos creen en Jesús como si fuera un fantasma:
para muchos católicos, visto que llevan en la vida un comportamiento alejado de
Dios y su Ley, parecieran creer en un Jesús no real, en un Jesús
fantasmagórico, en un Jesús que es, precisamente para ellos, un fantasma. Muchos
pasan por la vida creyendo en este Jesús fantasma y como creen que es un
fantasma, no tienen en cuenta sus mandamientos, no llevan su cruz a cuestas, no
se alimentan del Pan de Vida, la Eucaristía, no lavan sus almas con la Sangre
del Cordero, es decir, no se confiesan sacramentalmente.
“¡Es un fantasma!”. Jesús no es un fantasma: es el
Hombre-Dios, es Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la
Eucaristía y así como calmó la tempestad que amenazaba con hundir la Barca de
Pedro, así calma las tempestades de todo tipo que se desencadenan en nuestros
corazones. Acudamos al Dios del sagrario, Jesús Eucaristía, adorémoslo como al
Dios que es, no vivamos como si fuera un fantasma y dejemos que Él calme las
tempestades de nuestras vidas.
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