martes, 19 de mayo de 2015

“Ruego por ellos (…) que están en el mundo”


“Ruego por ellos (…) que están en el mundo” (cfr. Jn 17, 1-11). “A la Hora de pasar de este mundo al Padre”, en la Última Cena, Jesús realiza la oración sacerdotal, por la cual reza al Padre por los Apóstoles y por sus discípulos, es decir, por su Iglesia toda: Él ha de partir al Padre, por medio de su sacrificio en la cruz, y será glorificado y exaltado en los cielos, mientras que su Iglesia, permanecerá aquí, en la tierra, en este mundo, el cual “yace bajo el dominio del maligno” (cfr. 1 Jn 3, 8), y es por eso que los miembros de su Iglesia, que quedan en el mundo, pero “no son del mundo”, necesitarán de la fuerza que “viene de lo alto”, necesitarán ser investidos del Espíritu de Jesús, una vez que Él ascienda a los cielos, para resistir a los asaltos de los poderes infernales, que tratarán de hacer sucumbir a su Iglesia, que permanecerá en el mundo hasta el fin de los tiempos.
Ruego por ellos”, dice Jesús, pero también dice más adelante: “Por ellos me santifico ( o me consagro) par que también ellos sean santificados (o consagrados) en la verdad”. Esta consagración no es la unión hipostática ni la unción de su humanidad por el Espíritu Santo, sino la consagración sacerdotal, de sí mismo como víctima sobre la cruz[2]. El sacrificio de Cristo da a los Apóstoles –y a la Iglesia, es decir, a los bautizados, en cuanto sacerdotes bautismales- una aptitud sacrificial, que los capacita para ofrecerse junto a Cristo y en Cristo, por la salvación del mundo. Jesús se consagra, es decir, se ofrece en la Última Cena a sí mismo interiormente como Víctima Santa y Pura, porque ha de ofrecerse en el Calvario, en el ara santa de la cruz, inmolándose con su Cuerpo y su Sangre, y por eso reza por nosotros, es decir, nos consagra, nos santifica, nos une  a Él, porque nosotros también hemos de ofrecernos en el ara santa de la cruz, para alcanzar el Reino de los cielos y para expiar los pecados del mundo, en unión con Él, con su sacrificio de la cruz, en la Santa Misa. Ésa es la razón por la cual y para la cual asistimos a la Santa Misa: para consagrarnos, santificados por la gracia de Jesucristo, unidos a su sacrificio en cruz, como víctimas, por la salvación de los hombres. Por eso este Evangelio describe el objetivo para el cual estamos en esta vida: para ofrecernos como víctimas unidas a Él, Víctima Inocente, por medio del Santo Sacrificio de la cruz, la Santa Misa.




[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 761.
[2] Cfr. Orchard, ibidem.

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