(Ciclo B – 2015)
Jesús envía el Espíritu Santo sobre su Iglesia: “Reciban el
Espíritu Santo” (Jn 20, 19-23). Jesús envía el Espíritu como soplo y por
el Espíritu Santo, viene la alegría: “Los discípulos se llenaron de alegría”; por el Espíritu viene la paz: “La paz esté con ustedes” y el perdón de los pecados: “a los que
perdonen los pecados, les quedarán perdonados”. Pero además, el Espíritu Santo
que envía Jesús, viene sobre la Iglesia y sobre las almas como “Viento” y como “Fuego”:
“(…) estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un
ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa
donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que
descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del
Espíritu Santo” (cfr. Hch 2, 1-11).
¿Qué
hace el Espíritu Santo, luego de Pentecostés, en la Iglesia? ¿Por qué viene
como Viento y como Fuego?
Para
entender qué hace el Espíritu Santo en la Iglesia, en nuestras almas y en
nuestros corazones, tenemos que saber que nuestras almas y nuestros corazones
son como un carbón, es decir, podemos representar nuestra humanidad como si
fuera un carbón, y sobre ese carbón, actuará el Espíritu Santo, como Fuego y
como Viento, soplando sobre nuestros corazones, convirtiéndolos en carbones
ardientes que arden con el Fuego del Divino Amor. En Pentecostés, el Espíritu
Santo viene como Fuego, y así como el fuego enciende al carbón y lo transforma,
de carbón negro y frío en brasa roja, ardiente y encendida y en llama viva
similar al fuego, así el Espíritu Santo transforma el corazón en brasa que arde
en Fuego de Amor Vivo; el Espíritu Santo viene como Viento en Pentecostés y
atiza el corazón encendido, así como el viento atiza la brasa encendida y la
vuelve más incandescendente, así el Espíritu Santo, como Viento soplado por
Jesús en Pentecostés, sopla sobre el corazón encendido en el Amor de Dios y lo
enciende todavía más en el Divino Amor, haciendo que arda más y más por el
Divino Amor. El Espíritu Santo viene como Fuego y como Viento y atiza el
corazón, que es el carbón encendido; el Fuego enciende el carbón y el Viento lo
atiza y lo aviva cada vez más en el Divino Amor.
Pero
el Espíritu Santo, enviado por Jesús en Pentecostés, opera también en toda la
Iglesia, actuando como Alma de la Iglesia, dándole vida al Cuerpo Místico que
es la Iglesia, así como el alma da vida al cuerpo del hombre. Otra función que ejerce el Espíritu Santo es la de ser Maestro, además de ejercer la función mnemónica, de memoria, porque nos enseñará sobre Jesús y nos recordará la Verdad de Jesús: "el Espíritu les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho" (Jn 14, 26); el Espíritu Santo nos habla de Jesús: "les hablará de Mí" (Jn 16, 13). La función magistral mnemónica del Espíritu Santo es la de hacernos saber y recordar lo que es Jesús y todo lo
que hizo Jesús, principalmente sus milagros, que demuestran su divinidad: resucitó muertos, expulsó demonios, dio
vista a los ciegos, el habla a los mudos, multiplicó panes y peces. El Espíritu de Dios nos hará
saber que todos esos milagros los hizo Jesús porque era Dios, porque esos milagros no
los podía hacer un hombre común, sino solamente Dios, y que por eso Jesús era
Dios y esto es sumamente importante para nuestra fe católica y eucarística, porque si Jesús es Dios, entonces la Eucaristía es el mismo Jesús, Dios Encarnado,
que continúa su Encarnación y la prolonga en la Eucaristía y es la razón por la cual debemos adorar a la Eucaristía, que es Jesús, Dios encarnado y glorificado, oculto en apariencia de pan. El Espíritu Santo entonces tiene una función mnemónica, de memoria, de recuerdo de lo que hizo Jesús y de que lo que hizo Jesús, lo hizo porque era Dios, y si Jesús era Dios, entonces la Eucaristía es ese mismo Jesús, que es Dios.
El
Espíritu Santo nos recuerda también que Jesús murió el Viernes Santo y resucitó
el Domingo, pero además, nos enseña que ese misterio pascual se renueva y actualiza, por el misterio
de la liturgia eucarística, en la Santa Misa, porque por la Santa Misa, se
renueva el Santo Sacrificio de la Cruz del Viernes Santo y se renueva y
actualiza su resurrección, la Resurrección del Domingo de Resurrección, porque
lo que comulgamos es su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía, el mismo
Cuerpo que resucitó el Domingo de Resurrección.
Otra función que ejerce el Espíritu Santo enviado por Jesús en Pentecostés es la de santificar nuestras almas,
borrando el pecado original, concediéndonos la filiación divina, convirtiéndonos así en hijos adoptivos de Dios, lo cual quiere decir, en seres más grandes que los
ángeles más grandes, porque recibimos la misma filiación divina, con la cual
Jesús es Hijo de Dios desde toda la eternidad; por el Espíritu Santo, somos
hechos hijos de Dios, hijos del Dios Altísimo.
Otra función que hace el
Espíritu Santo es la de consagrar nuestras almas y nuestros cuerpos, convirtiéndolos en
templos suyos, en donde inhabita Él, y si nuestros cuerpos son templos del
Espíritu Santo, nuestros corazones son altares en donde se adora a Jesús
Eucaristía.
Por
último, Jesús envía el Espíritu Santo para que los cristianos seamos “uno en el
Amor, como Él y el Padre son uno en el Amor”, en el Espíritu Santo: “Que sean
uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté en
ellos” (cfr. Jn 17, 20-26). Esta petición
la hace Jesús al Padre en la Última Cena, cuando pide por la unión en el
Espíritu de Amor no solo por quienes asistían en ese momento a la Última Cena,
sino por todas las generaciones de la Iglesia, por todo su Cuerpo Místico, es
decir, por ellos y por nosotros, por los quedamos en el mundo, hasta que Él
vuelva, hasta el fin de los tiempos. Cuando Jesús ora al Padre, ora pidiendo la
unidad: “Que sean uno”, pero la unión que pide es una unión del todo
particular, debido a que será “como la que existe entre Él y el Padre”: “como
nosotros somos uno”, y Jesús y el Padre son uno en el Espíritu, puesto que
“Dios es Espíritu” (Jn 4, 24). Puesto
que Dios es “Espíritu Puro”, de las Tres Personas que hay en la Trinidad, le
corresponde el nombre de “Espíritu” a la Tercera, a la Persona-Amor, porque es
la Persona-Amor, la “expresión y el sello de la unidad espiritual entre el
Padre y el Hijo” ; en otras palabras, la unión espiritual en Dios, entre el
Padre y el Hijo, es en el Amor, en la Persona-Amor, en el Espíritu Santo, que
es el sello de Amor del Padre y del Hijo. La unión que existe entre el Padre y
el Hijo es la unión en el Espíritu Santo, en el Amor, porque el Espíritu Santo
es la emanación del Amor recíproco del Padre y del Hijo; el Espíritu Santo es
el Amor Santo, Puro, Perfecto, en Acto de Ser Puro, que Dios Padre y Dios Hijo
se tienen mutuamente, desde la eternidad; es el Amor, el que une al Padre en el
Hijo y al Hijo en el Padre, en el Espíritu, y es en ese Espíritu, en el que
Jesús quiere que sus discípulos estemos unidos: “Que sean uno, como nosotros
somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté en ellos”.
“Que
sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté
en ellos”. Jesús pide que como Iglesia seamos uno, pero esa unión que debe
existir entre los miembros de su Iglesia, no puede ser otra que la misma unión espiritual, en el
Espíritu de Amor, la misma que existe entre el Padre y el Hijo desde la
eternidad; es la unión que se da en el Espíritu y por el Espíritu Santo entre
el Padre y el Hijo, y es para eso que Jesús envía el Espíritu Santo en
Pentecostés, para que los cristianos, que formamos su Cuerpo Místico, seamos
unidos por su Espíritu en su Cuerpo y formemos una unidad en el Amor.
“Que
sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté
en ellos”. La unidad que Jesús pide al Padre, se realiza de modo perfecto por
medio de la Eucaristía, porque todos los que comulgan la Eucaristía, reciben la
efusión del Espíritu por Jesús, y es por eso que cada comunión eucarística es un "mini-Pentecostés", o un "micro-Pentecostés", porque Jesús sopla su Espíritu sobre el alma que comulga –cumpliéndose el pedido de Jesús: “el Amor con
que me amaste, el Espíritu Santo, esté en ellos”-, y así son unidos los cristianos en el Amor
al Padre, al recibir el Cuerpo Sacramentado de Jesús.
Para
esto envía entonces Jesús al Espíritu Santo en Pentecostés, para que, por la
Eucaristía, los cristianos vivamos unidos en el Amor de Dios.
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