“Que
sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté
en ellos” (cfr. Jn 17, 20-26). Jesús
ruega al Padre en la Última Cena pidiendo por la unión de su Iglesia, Jesús ora
no solo por quienes asistían en ese momento a la Última Cena, sino por todas
las generaciones de la Iglesia[1], por
su Cuerpo Místico, es decir, por nosotros, por los quedamos en el mundo, hasta
que Él vuelva, hasta el fin de los tiempos, y ora pidiendo la unidad, la unión
entre quienes integran su Iglesia: “Que sean uno”. Ahora bien, esa unión será
una unión del todo particular, debido a que será “como la que existe entre Él y
el Padre”: “como nosotros somos uno”, y Jesús y el Padre son uno en el
Espíritu, puesto que “Dios es Espíritu” (Jn
4, 24). Puesto que Dios es “Espíritu Puro”, de las Tres Personas que hay en la
Trinidad, le corresponde el nombre de “Espíritu” a la Tercera, a la
Persona-Amor, porque es la Persona-Amor, la “expresión y el sello de la unidad
espiritual entre el Padre y el Hijo”[2];
en otras palabras, la unión espiritual en Dios, entre el Padre y el Hijo, es en
el Amor, en la Persona-Amor, en el Espíritu Santo, que es el sello de Amor del
Padre y del Hijo. La unión que existe entre el Padre y el Hijo es la unión en
el Espíritu Santo, en el Amor, porque el Espíritu Santo es la emanación del
Amor recíproco del Padre y del Hijo; el Espíritu Santo es el Amor Santo, Puro,
Perfecto, en Acto de Ser Puro, que Dios Padre y Dios Hijo se tienen mutuamente,
desde la eternidad; es
el Amor, el que une al Padre en el Hijo y al Hijo en el Padre, en el Espíritu,
y es en ese Espíritu, en el que Jesús quiere que sus discípulos estemos unidos:
“Que sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste
esté en ellos”.
“Que
sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté
en ellos”. Jesús pide que como Iglesia seamos uno, pero esa unión que debe
existir entre los miembros de su Iglesia, no puede ser otra que la misma unión espiritual, en el Espíritu
de Amor, la misma que existe entre el Padre y el Hijo desde la eternidad; la
unión que se da en el Espíritu y por el Espíritu Santo entre el Padre y el Hijo,
y es para eso que Jesús enviará el Espíritu Santo en Pentecostés, para que los
cristianos, que formamos su Cuerpo Místico, seamos unidos por su Espíritu en su
Cuerpo y formemos una unidad en el Amor.
“Que
sean uno, como nosotros somos uno (…) para que el Amor con que me amaste esté
en ellos”. La unidad que Jesús pide al Padre, se realiza de modo perfecto por
medio de la Eucaristía, porque todos los que comulgan la Eucaristía, reciben la
efusión del Espíritu por Jesús –así se cumple el pedido de Jesús: “el Amor con
que me amaste, el Espíritu Santo, esté en ellos”-, y así son unidos en el Amor
al Padre, al recibir el Cuerpo Sacramentado de Jesús.
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