miércoles, 27 de mayo de 2015

“Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre”


“Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre” (Lc 22, 14-20). En la Última Cena, “a la Hora de pasar de este mundo al Padre”, Jesús, realiza el supremo don de Sí mismo: entrega su Cuerpo en la Eucaristía y entrega su Sangre en el Cáliz: “Esto es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre”. ¿Qué es lo que lleva a Jesús  a dejar su Cuerpo en el Pan Eucarístico y a derramar su Sangre en el Cáliz, convirtiendo la Cena Pascual en un anticipo sacramental del Santo Sacrificio del Calvario? ¿Qué es lo que lleva a Jesús, a convertir, la Cena de Pascua, en la Primera Misa, porque la Cena Pascual no es una simple cena, sino que es el anticipo, incruento y sacramental, del mismo y único Sacrificio de la Cruz, lo mismo que sucede en cada Santa Misa? ¿Qué es lo que lleva a Jesús a realizar el milagro de la Transubstanciación, por el cual convertirá el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre? ¿Qué es lo que lleva a Jesús a quedarse en algo que parece pan, pero que ya no será más pan, porque será Él mismo oculto en apariencia de pan, la Eucaristía? ¿Qué es lo que lleva a Jesús a dejar su Sagrado Corazón, que late con la fuerza del Amor de Dios, en la Eucaristía, y a colmar el Cáliz, con la Sangre que brota de sus heridas y de su Corazón traspasado?
Lo que lleva a Jesús a convertir el pan y el vino en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, es el Divino Amor; lo que lleva a Jesús a bajar del cielo como Verdadero y Único Maná que alimenta el alma con la Vida eterna del Ser trinitario, es el Espíritu de Dios, que es Amor Puro y Eterno; lo que mueve a Jesús a quedarse oculto en apariencia de pan, es el Amor de Dios que abrasa su Sagrado Corazón: “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes”, y lo hace porque a ese Amor de Dios nos lo quiere comunicar, sin reservas, en cada comunión, a todos y cada uno, para nuestro gozo y deleite personal.

Es el Amor entonces, lo que tiene que llevarnos a recibirlo en cada comunión eucarística, porque si Jesús realiza el milagro de la Transubstanciación por Amor; si Jesús convierte el pan y el vino en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, por Amor; si Jesús convierte el pan sin vida en su Sagrado Corazón Eucarístico, que late con el ritmo del Amor Divino; si Jesús convierte el vino del cáliz, en su Sangre, para luego derramar su Espíritu de Amor en nuestros corazones, entonces, no podemos comulgar de modo distraído, indiferente, desapasionado, mecánico, rutinario, indolente; debemos comulgar con el Amor de Dios en el corazón, y si no lo tenemos, debemos pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros, para que sea Ella quien reciba a Jesús por nosotros y le dé el Amor que nosotros no somos capaces de darle. 

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