“Ruego
por ellos (…) que están en el mundo” (cfr. Jn
17, 1-11). “A la Hora de pasar de este mundo al Padre”, en la Última Cena,
Jesús realiza la oración sacerdotal, por la cual reza al Padre por los
Apóstoles y por sus discípulos, es decir, por su Iglesia toda: Él ha de partir
al Padre, por medio de su sacrificio en la cruz, y será glorificado y exaltado
en los cielos, mientras que su Iglesia, permanecerá aquí, en la tierra, en este
mundo, el cual “yace bajo el dominio del maligno” (cfr. 1 Jn 3, 8), y es por eso que los miembros de su Iglesia, que quedan
en el mundo, pero “no son del mundo”, necesitarán de la fuerza que “viene de lo
alto”, necesitarán ser investidos del Espíritu de Jesús, una vez que Él
ascienda a los cielos, para resistir a los asaltos de los poderes infernales,
que tratarán de hacer sucumbir a su Iglesia, que permanecerá en el mundo hasta
el fin de los tiempos.
Ruego
por ellos”, dice Jesús, pero también dice más adelante: “Por ellos me santifico
( o me consagro) par que también ellos sean santificados (o consagrados) en la
verdad”. Esta consagración no es la unión hipostática ni la unción de su
humanidad por el Espíritu Santo, sino la consagración sacerdotal, de sí mismo
como víctima sobre la cruz[2]. El
sacrificio de Cristo da a los Apóstoles –y a la Iglesia, es decir, a los
bautizados, en cuanto sacerdotes bautismales- una aptitud sacrificial, que los
capacita para ofrecerse junto a Cristo y en Cristo, por la salvación del mundo.
Jesús se consagra, es decir, se ofrece en la Última Cena a sí mismo interiormente
como Víctima Santa y Pura, porque ha de ofrecerse en el Calvario, en el ara
santa de la cruz, inmolándose con su Cuerpo y su Sangre, y por eso reza por
nosotros, es decir, nos consagra, nos santifica, nos une a Él, porque nosotros también hemos de
ofrecernos en el ara santa de la cruz, para alcanzar el Reino de los cielos y
para expiar los pecados del mundo, en unión con Él, con su sacrificio de la
cruz, en la Santa Misa. Ésa es la razón por la cual y para la cual asistimos a
la Santa Misa: para consagrarnos, santificados por la gracia de Jesucristo,
unidos a su sacrificio en cruz, como víctimas, por la salvación de los hombres.
Por eso este Evangelio describe el objetivo para el cual estamos en esta vida:
para ofrecernos como víctimas unidas a Él, Víctima Inocente, por medio del
Santo Sacrificio de la cruz, la Santa Misa.
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