(Solemnidad
de la Ascensión del Señor - Ciclo B - 2015)
“Vayan, anuncien la Buena Noticia (…) el que crea, se
salvará, el que no crea, se condenará (…) El Señor fue llevado al cielo (…)
Ellos fueron a predicar (…) y el Señor los asistía con los milagros” (cfr. Mc 16, 15-20). Jesús resucita, y antes
de ascender al cielo, encomienda a su Iglesia la tarea de difundir el Evangelio
por todo el mundo, por todos confines de la tierra, prometiendo su asistencia
con signos y prodigios. La Ascensión de Jesús es el anticipo de lo que habrá de
suceder al resto de la Iglesia, por cuanto Jesús es la Cabeza del Cuerpo
Místico, que es la Iglesia: así como asciende la Cabeza, que es Jesús, así
habrá de ascender el Cuerpo, que es la Iglesia. Pero la condición para que el
Cuerpo ascienda al Reino de los cielos, glorioso y resucitado al igual que su
Cabeza, es que los integrantes de ese Cuerpo que es la Iglesia, crean, y para
que crean, deben tener fe, y para que tengan fe, deben recibir el anuncio, el kerygma, y es por eso que Jesús, antes
de ascender, luego de resucitar, encomienda a su Iglesia la misión de anunciar
el Evangelio a toda creatura, para que, el que quiera creer, se salve, y el que
no quiera creer, no se salve.
“Vayan, anuncien la Buena Noticia (…) el que crea, se
salvará, el que no crea, se condenará”. Todos y cada uno de nosotros, en cuanto
bautizados, hemos recibido el mandato misionero de parte de Jesús, muerto y
resucitado; todos y cada uno de nosotros, laicos o religiosos, somos misioneros
en nuestros puestos de vida, de familia, de trabajo, de estudio, según nuestro
estado de vida, y todos estamos llamados a difundir el Evangelio, según
nuestras posibilidades, aunque el medio más eficaz de difusión sigue siendo,
como lo fue siempre, la santidad de vida, y no tanto las homilías y los
sermones.
“Vayan,
anuncien la Buena Noticia”. Todos
tenemos la obligación ineludible de anunciar el kerygma, la Buena Noticia de que Jesús ha muerto y resucitado, tal como
lo hicieron los primeros discípulos, porque esa es la misión de la Iglesia
desde el inicio, pero no podemos simplemente anunciar que Jesús ha resucitado,
que ha dejado vacío el sepulcro, porque ha resucitado el Domingo de
Resurrección: debemos anunciar que ha resucitado, que ha desocupado y ha dejado
vacío el sepulcro el Domingo de Resurrección, que ya no está más con su cuerpo
muerto, tendido y sin vida en el sepulcro, porque está vivo y glorioso,
resucitado, ocupando un lugar el sagrario, con su Cuerpo glorioso y resucitado
en la Eucaristía; la Buena Noticia que tenemos que anunciar es que ha
desocupado el sepulcro con su cuerpo muerto y frío, para ocupar el sagrario y
el altar eucarístico con su Cuerpo glorioso y resucitado en la Eucaristía; ésa
es la “Buena Noticia” que Jesús nos encomienda, como Iglesia, antes de su
Ascensión a los cielos: “Vayan, anuncien la Buena Noticia”.
Pero
no es solo eso. No basta con anunciar que ha resucitado. No basta con anunciar
que está en la Eucaristía. Jesús resucitado, desde la Eucaristía, nos comunica
su Espíritu Santo, su Espíritu de Amor, en cada comunión eucarística, para
encender nuestros corazones en su Amor, porque la Eucaristía es el Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Amor Divino. Es por
eso que los santos, crecían en el Amor de Dios con cada comunión eucarística. Es
por eso que Imelda Lambertini, la niña que es Patrona de los niños de Primera
Comunión, murió de éxtasis de amor místico con su Primera Comunión, porque
recibió tanto amor de parte de Jesús Eucaristía, que no pudo soportarlo y
murió, pasando directamente al cielo. Para los santos, el anuncio de la Buena
Noticia comenzaba con la unión en el Amor con Jesús Eucaristía, y luego
consistía en dar de ese Amor recibido en la comunión eucarística, a sus
prójimos, por medio de actos cotidianos de paciencia, de bondad, de misericordia,
de amor. Es tan inmensamente grande el Amor que se recibe en cada comunión
eucarística, que no puede el cristiano no dar aunque sea mínimamente una
pequeñísima parte de ese amor recibido en la comunión a sus hermanos, y en eso
consiste el anuncio de la Buena Noticia.
Sin
embargo, mal podemos anunciar el kerygma
a nuestros hermanos, si no nos dejamos transformar por el Espíritu que nos es
donado en cada comunión eucarística; no podemos anunciar la Buena Noticia, tal
como nos pide Jesús, de que Él ha muerto, ha resucitado, y está vivo y
glorioso, en la Eucaristía, si no somos capaces de dejarnos transformar por el
Espíritu Santo que nos dona en cada comunión eucarística, porque así no somos,
de ninguna manera, testigos creíbles, sino testigos de dudosa credibilidad.
Para comenzar a cumplir el mandato misionero de Jesús, de anunciar la “Buena
Noticia” de que Jesús está vivo y resucitado en la Eucaristía, tenemos que
comenzar por dejar que nuestros corazones sean abrasados por el Fuego de Amor
Vivo que abrasa al Corazón Eucarístico de Jesús. Que la Virgen de la Eucaristía
convierta a nuestros corazones, duros y fríos, la mayoría de las veces, como
una roca, en hierba seca, para que al contacto con las llamas del Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, ardan al instante y se consuman en las Llamas del
Amor del Espíritu Santo, y así permanezcan, como zarzas ardientes vivientes, en
el tiempo y en la eternidad.
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