(Ciclo B – 2015)
El Dios de los católicos no es una entidad abstracta, sino
un Ser real, en quien inhabitan Tres Divinas Personas, iguales en majestad, en
poder, en honor y en gloria, y esas Tres Personas están pendientes de todos y
cada uno de nosotros, de modo particular, de manera tal que intervienen de modo
activo, tanto en la historia de la humanidad, como en la historia personal de
cada uno, para conducir a todos, por medio del Amor, a la salvación, al Reino
de los cielos.
Cada una de las Divinas Personas, interviene por Amor y para
darnos su Amor, para que una vez que dejemos esta vida terrena, gocemos de su
Amor por la eternidad en los cielos. Cada una de las Tres Divinas Personas
interviene, de modo personal y directo, en la historia de la humanidad, y en la
historia de todos y cada uno de nosotros, de modo particular, de manera tal que
todos estamos llamados a entablar una relación personal íntima -la inhabitación trinitaria- con todas y cada una de
las Tres Divinas Personas. Pero para hacerlo, es necesario que sepamos qué es
lo que hacen estas Tres Divinas Personas por la humanidad entera y por cada uno
de nosotros, para que podamos estarles reconocidos y así agradecerles, amarlas
y adorarlas como se lo merecen.
¿Qué es lo que hace cada una de las Divinas Personas, por
cada uno de nosotros?
Dios Padre, Persona
Primera de la Santísima Trinidad, junto al Hijo y al Espíritu Santo, creó el
universo visible y el invisible -los ángeles-, solo para nosotros, los hombres,
y nos convirtió en reyes de la Creación, colocando en nuestras cabezas la
corona de su imagen y semejanza, al darnos el libre albedrío, la inteligencia y
la voluntad, es decir, la capacidad de conocer,de amar y el ser libres, y al crearnos en gracia y
cuando por el pecado original despreciamos su amistad y sus dones, arrojando esa
corona por el suelo, al entablar amistad con el Dragón, Dios Padre no solo no
nos abandonó en nuestra soberbia y arrogancia, como lo merecíamos, sino que,
movido por su Amor misericordioso, nos prometió en el mismo instante de la
rebelión, el envío de su Hijo muy amado, Cristo Jesús, el Mesías, quien naciendo
de María Virgen, habría de aplastar la cabeza de la Serpiente, nos borraría la
mancha del pecado, inmolaría su Cuerpo y derramaría su Sangre en la cruz y en
la Eucaristía y nos donaría su ser Hijo de Dios, para que fuéramos hijos
adoptivos de Dios y así pudiéramos ser llevados al cielo, una vez finalizado
nuestro peregrinar por el desierto de esta vida terrena.
Dios Hijo, la Persona
Segunda de la Santísima Trinidad, el Verbo Unigénito del Padre, la Palabra
Eternamente pronunciada por el Padre, fue llevado por el Espíritu Santo, el Divino
Amor, desde el seno del Padre, en donde inhabitaba desde la eternidad, para
encarnarse en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre, y así adquirir un
Cuerpo, Ungido con el Espíritu Santo, para poder inmolar y ofrecer en
expiación por nuestros pecados, en el Santo Sacrificio de la Cruz. Y este
sacrificio por nuestra salvación, la Encarnación y todo el misterio pascual del
Verbo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, la realizó el Verbo de Dios
con dolores inenarrables, tanto morales, como espirituales y físicos, desde el
primer instante de la Encarnación, durante toda su vida terrena, y a lo largo
de la Pasión, y todo lo sufrió por Amor, para salvarnos de la eterna
condenación, para expiar nuestros pecados ante la Justicia Divina, para perdonarnos
los pecados, para concedernos la divina filiación, y para conducirnos a la Casa
del Padre, el Reino de la Eterna Bienaventuranza en los cielos, al finalizar
nuestro efímero paso por la tierra.
Y
el Verbo de Dios hecho Hombre, movido por el Amor que abrasa su Sagrado
Corazón, compadecido por nuestra indigencia y por nuestra soledad y para dar
cumplimiento a sus palabras, de que “no nos dejaría solos” y de que “estaría
con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo”, continúa y prolonga su
Encarnación, su sacrificio en cruz y su resurrección, por medio del misterio
litúrgico de la Santa Misa, donándose como Pan Vivo bajado del cielo, como Pan
de Vida eterna, como Verdadero y Único Maná bajado del cielo, que nos alimenta
con la Vida eterna del Ser trinitario, dándonos así la Vida Eterna, su misma
Vida divina, que nos hace posible atravesar el desierto de la vida y del mundo
para llegar al Reino de Dios, en la Jerusalén celestial.
Dios Espíritu Santo, la Persona Tercera de la Santísima
Trinidad, la Persona-Amor que une al Padre y al Hijo en el Divino Amor, por
toda la eternidad, es la Causa Primera y el Motor de la Encarnación, porque fue
el Amor Divino lo que llevó al Padre a enviar a su Hijo para salvarnos; fue el
Espíritu Santo, el Amor de Dios, el que llevó al Hijo a obedecer a su Padre y a
encarnarse en el seno de María Santísima; fue el Espíritu Santo, la
Persona-Amor de la Santísima Trinidad, la que llevó a la Virgen Madre a dar su
“Sí” al plan de salvación de la Trinidad para los hombres. Y es el Espíritu
Santo, el Amor de Dios, el Alma de la Iglesia, por lo que es el Amor de Dios el
que hace que la Santa Iglesia prolongue, perpetúe y actualice, por el misterio de
la liturgia eucarística, el Santo Sacrificio de la Cruz, convirtiendo al altar
eucarístico, cada vez, en un Nuevo Monte Calvario, en donde el Hombre-Dios renueva,
por el misterio de la liturgia eucarística y por medio del sacerdote
ministerial, el Sacrificio del Calvario, realizando sobre el altar eucarístico lo
mismo que en la cruz: entregando su Cuerpo en la Eucaristía y derramando su
Sangre en el Cáliz. Y es el Espíritu Santo el que, luego de realizar este
prodigio asombroso de la Transubstanciación, la conversión del pan y del vino
en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, se queda en el
Sagrado Corazón Eucarístico, en forma de llamas de Fuego, para incendiar
nuestros pobres corazones, cada vez que comulgamos, en el Divino Amor.
Dios
Uno y Trino, las Tres Personas de la Santísima Trinidad, nos dieron el don más
preciado que podíamos obtener, luego de la Eucaristía, y es a la Virgen María:
Dios Padre nos dio a su hija amada, María Santísima, para que fuera la Madre de
Nuestro Redentor; Dios Hijo, Jesucristo, nos dio a su propia Madre, la Madre de
Dios, para que fuera Nuestra a tu Madre, para que nos adoptara como hijos desde
la cruz; nos cubriera con su manto y nos refugiara en su Inmaculado Corazón; Dios
Espíritu Santo nos dio a su Esposa Castísima, la Virgen María, para que nos
cuidara como a sus hijos pequeños a lo largo del doloroso y penoso Via Crucis que es esta vida y para que nos
alimentara con el fruto de sus entrañas, el Pan de Vida Eterna, Cristo Jesús,
hasta el momento en el que llegáramos, sanos y salvos, a la Tierra Prometida,
la Jerusalén Celestial.
Es
por eso que adoramos a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
Dios Uno y Trino, Tri-Unidad de Personas Divinas, porque es el Único Dios
Verdadero, el Único digno de ser adorado, bendecido y amado, en el tiempo y en
la eternidad; a Dios Uno y Trino le pertenecen todo el poder, la honra, la
gloria y la majestad, y la felicidad del hombre está en conocerlo, amarlo,
servirlo y adorarlo, ofreciéndole lo único digno de su infinita grandeza, la
Eucaristía, el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor y Redentor,
Jesucristo, el Hombre-Dios Hombre, por medio de las manos y el Inmaculado
Corazón de María Santísima y es por eso que, en acción de gracias, en adoración
y en expiación de nuestros pecados, ofrecemos
el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Cordero de Dios,
Jesucristo el Señor, junto al Inmaculado Corazón de María, con todos los actos
de amor hacia la Trinidad en él contenidos. No hay felicidad, ni dicha, ni gozo
más grande que el adorar, amar, honrar y dar gracias a la Trinidad, ofreciendo
la Eucaristía por medio de María, y quien esto no hace, aunque esté rodeado de
riquezas materiales y de placeres terrenos, es sumamente desgraciado y
desdichado. Es por eso que, junto con toda la Iglesia Santa, decimos: “Te
adoramos, te bendecimos, te honramos y te glorificamos, oh Dios Uno y Trino,
por ser Quien Eres, Dios de inmensa e infinita majestad, bondad y santidad, y
porque nada hay para honrarte y adorarte como es debido, te ofrecemos el Cuerpo
Sacramentado de Jesús, el Pan Vivo bajado del cielo, en acción de gracias y en
expiación por nuestros pecados, junto al Inmaculado Corazón de María, en quien
inhabita el Espíritu Santo, el Divino Amor. Amén”.
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