jueves, 26 de noviembre de 2015

“Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está cerca (…) Entonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube del cielo"


“Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está cerca (…) Entonces verán al Hijo del hombre venir sobre una nube del  cielo" (Lc 21, 20-28). Jesús profetiza acerca de dos hechos diferentes: uno, la ruina del templo de Jerusalén, cercana en el tiempo, señal para que sus discípulos huyan; el segundo, la venida del Hijo del hombre, que abarca a todo el universo y del cual nadie podrá escapar y del cual se abstiene de predecir cuándo sucederá, porque eso sólo lo conoce el Padre[1].
Jesús trata dos temas diferentes –la ruina del Templo de Jerusalén con la Segunda Venida del Hijo del hombre- para quitar el error del mesianismo judío, que sostenía que si colapsaban el judaísmo y la ley mosaica junto con Jerusalén, el mundo no podría subsistir y que tanto Israel como la ley mosaica habrían de triunfar eternamente[2]. Al tratar los dos temas de modo conjunto, Jesús se diferencia del tipo de mesías esperado por el judaísmo –quien conduciría a Israel a un triunfo terreno sobre sus enemigos terrenos-, estableciendo una figura muy distinta de cómo es el verdadero Mesías: un Mesías que habría de conceder a la Nueva Jerusalén, la Iglesia Católica, un triunfo espiritual sobre sus enemigos espirituales –el Demonio, la muerte y el pecado- por el sacrificio de su cruz.
El primer hecho, la ruina y caída de Jerusalén, profetizado por Jesús, se cumplió en el año 70 d. C.; el segundo, la Venida del Hijo del hombre, debe aún cumplirse.
         Más allá de cuándo sucederá –sólo el Padre lo sabe-, y más allá de saber que las señales anunciadas por Jesús se están cumpliendo, lo importante del mensaje del Evangelio es que el cristiano debe reflexionar acerca del Mesías que espera: no es un mesías terreno, que dará un triunfo temporal sobre enemigos terrenos y temporales, sino un Mesías-Dios, que concederá el triunfo definitivo sobre los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, el mundo y la carne. Hasta que venga el Mesías, en su Segunda Venida, sobre las nubes del cielo, lo recibimos en su Venida Eucarística, acaecida sobre el altar, en cada Santa Misa.



[1] Cfr. B. ORCHARD et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 638ss.
[2] Cfr. ibidem.

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