"Acumulen tesoros en el cielo" (Mt 6, 19-23). Basándose en la tendencia natural del hombre a acumular cosas para sí, Jesús aconseja la acumulación, pero no de bienes y objetos materiales, sino de bienes espirituales: "acumulen tesoros en el cielo".
El motivo es que ningún bien material y terreno -dinero, oro, plata, tierras, casas, vehículos, joyas. etc.-, puede ser llevado de esta vida a la otra.
En el momento de la muerte, se deja en esta tierra absolutamente todo tipo de bienes materiales, y el alma, así despojada de cualquier clase de riqueza terrena, se presenta ante Dios, para recibir su juicio particular, el que determinará su vida definitiva en la eternidad, en el gozo o en el dolor.
En este momento trascendental, Dios no buscará otra cosa que amor en el corazón, pero ese amor, para ser real ante la presencia de Dios, debe ser expresado de modo concreto, en obras de misericordia, utilizando los bienes materiales que la Divina Providencia concede a cada uno según su estado y condición de vida.
De ahí la concepción católica de la riqueza material, diametralmente opuesta a la concepción protestante: la riqueza material, lejos de ser una bendición divina, es ante todo una dura prueba, la cual es necesario atravesar, para entrar en el Reino de los cielos, y el modo es utilizando los bienes terrenos, según el estado de vida, en favor de los más necesitados.
Solo de esa manera el alma acumulará bienes espirituales en el cielo, que le granjearán su entrada en la eternidad.
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